“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (83)
Unos sarmientos castos
Queridos
hermanos:
La caridad es
lo propio de la amistad y también lo es la castidad.
Amar es un
lento aprendizaje hasta dar la vida, pues “nadie tiene amor más grande que el
que da la vida por sus amigos” (ver Juan 15,13). Y la castidad o templanza es
una escuela donde se aprende a dominarse para poder darse. Jesús mismo, porque
se posee a sí mismo, puede dar la vida. Nadie se la quita. La da Él
voluntariamente (ver Juan 10, 18).
El amor y la
templanza, la caridad y la castidad, han de madurar. Si la caridad nos habla de
amar hasta dar la vida, la castidad es una escuela donde el dominio de uno
mismo está orientado al don de uno mismo: “La caridad es la forma de todas las
virtudes. Bajo su influencia, la castidad aparece como una escuela de donación
de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad
conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y
de la ternura de Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2346).
Un amigo que
no busque el dominio de sí para poder darse, es decir, para el don de sí mismo,
buscará usar a la persona, instrumentalizarla. Como hizo David cuando, ocioso,
se puso a mirar desde su terraza y vio a una mujer bañándose y la miró y la
deseó, y tras dejarla embarazada, acabó asesinando a su marido (ver 2 Samuel
11, 1-5).
Precisamente
el pecado lleva a que aparezca la concupiscencia o deseo desordenado y el
dominio entre las relaciones personales (ver Génesis 3,16). Jesús mismo nos
dijo que el amor a Dios es el mandamiento principal y primero. Pero añadió: “El
segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos
mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas» (ver Mateo 22, 36-40).
Para amar,
los sarmientos encontrarán buen modelo en la Vid, en Jesús mismo: “La virtud de
la castidad se desarrolla en la amistad”. La castidad “Indica al discípulo cómo
seguir e imitar al que nos eligió como sus amigos (cf Juan 15,15), se dio
totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición divina.” La madurez
en la castidad es la comunión espiritual. “La castidad es promesa de
inmortalidad. La castidad se expresa especialmente en la amistad con el
prójimo. Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, la
amistad representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión espiritual”
(Catecismo de la Iglesia Católica nº 2347).
Precisamente
uno de los frutos del Espíritu Santo es la “enkrateia” que suele traducirse
como dominio de sí o castidad o templanza (ver Gálatas 5,23).
De esa
escuela de maduración habló el apóstol San Pedro al invitarnos a escapar de la
corrupción que reina en el mundo y a poner empeño en añadir “a la fe, la
virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la
templanza la paciencia, a la paciencia la piedad, a la piedad el cariño
fraterno, y al cariño fraterno el amor.” (Ver 2 Pedro 1, 3-9). De la fe al
cariño fraterno y al amor pasando por la templanza o castidad.
Jesús,
vuestro párroco
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