“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (85)
Sarmiento injertado, sarmiento eucarístico
Queridos hermanos:
La alegoría de la vid y los sarmientos, desde la imagen de Noé viticultor, nos ha ayudado a adentrarnos en un misterio de amor y unidad que se da entre la Vid y cada uno de los sarmientos, así como entre los sarmientos entre sí.
La gran ayuda para vivir este misterio de amor y amistad es la Eucaristía: “Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1395).
El Señor sacó una vid de Egipto (Salmo 80 (79, 9), cada uno de los sarmientos, en racimo, unidos a la Vid, en pueblo, (no salimos solos, sino en comunidad), salimos de Egipto y el Señor nos hizo recorrer un camino por el desierto durante cuarenta años para que conociéramos lo que hay en nuestro corazón, para que conociéramos si éramos o no fieles. En este camino por el desierto nos hizo pasar hambre para alimentarnos con el maná y nos hizo pasar sed para darnos a beber agua de la Roca. Nos libró de tantos enemigos, serpientes abrasadoras y alacranes, todo para que conociéramos que no solo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios. Conviene recordar la propia historia en la que el Señor ha actuado. Recuerda, sí. Recuerda. No seas sarmiento desmemoriado. (Ver Deuteronomio. 8, 2-3. 14b-16). La Eucaristía es el gran memorial para que no perdamos la memoria de la obra de Dios. Por eso Jesús dijo: “Haced esto en conmemoración mía” (Lucas 22,19). Y sacados de Egipto hemos sido injertados en la Tierra prometida, figura de la Vida eterna.
La Eucaristía enciende en nosotros el amor a Jesucristo y a los hermanos, pues nos une en un solo cuerpo, que es Jesús mismo, con todos los amigos del Señor de toda la historia, los santos ciudadanos del cielo (ver 1 Corintios 10, 16-17). Y nos hace eucarísticos, para dar gloria al Señor y darle gracias eternamente (ver Sal 147, 12-20).
La Eucaristía celebrada en la comunidad cristiana es imagen visible de la Vid y los sarmientos, que dejan que los cuide y pode el Labrador con la Palabra de su Hijo y que derrama su Savia en nuestros corazones, el Espíritu santo. La Eucaristía es el alimento de la Vida Eterna, verdadera medicina para este mundo lleno de miedos, que ha perdido el hambre de Dios, el hambre de trascendencia. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.” (ver Juan 6, 51-58). Al comulgar este Sacramento admirable nos vamos uniendo a Jesús de tal forma a Jesús que somos Jesús mismo. De forma que el que nos come, el que reclama de nosotros la atención, la escucha, el cariño, el perdón, recibe también la vida, como dirá San Pablo: mientras nosotros morimos, el mundo recibe la vida.
En la oración y la Eucaristía ten de fondo las palabras de San Ignacio de Loyola: Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer, Vos me lo disteis, a Vos Señor lo torno. Todo es vuestro disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta.
Jesús, vuestro párroco
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