6 de septiembre de 2024

Domingo 8 de Setiembre de 2024. DOMINGO XXII TO-B

 DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO (T.O.). CICLO B

    Las primeras palabras del evangelio nos hablan de que Jesús pasaba por la Decápolis, área no judía. Este contexto pagano nos permite ver cómo Jesús utilizó los mismos signos que los curanderos utilizaban, pero les dio un sentido completamente distinto. Ese signo de permitirle oír y hablar, es un claro anuncio a los paganos (destinatarios del Evangelio de Marcos) que escuchaban el Evangelio, de que para ellos también se proclamaba el Evangelio, tanto para que lo escuchasen, como para que lo fueran a anunciar. Resalta en este Evangelio la preocupación de Jesús por el hombre, porque el ser humano viva y viva en plenitud. Jesús sabe hacer a un lado los “prejuicios” rituales y se acerca a los paganos para llevarles a ellos también la salvación. Hoy parecería que nosotros hemos hecho exactamente lo contrario al buscar en nuestras estructuras externas una “justificación” de nuestra falta de unidad. Hoy vivimos los cristianos, en una inmensa mayoría, como sordomudos; parecería que llevamos nuestros oídos bloqueados a la Palabra de Dios, o sólo la dejamos entrar hasta donde no nos incomode. Oímos que Jesús sirvió a los más desvalidos, vivió por ellos y vivió con ellos;  y en cambio preferimos no escuchar esa parte y buscamos una religión muy personal donde sólo “cabemos” Dios y yo. Oímos que Dios nos habla de perdonar y ser solidarios, pero eso preferimos hacerlo a un lado y sólo escuchar que Dios nos perdona y vive junto a nosotros. Esta semana, quitémonos esos tapones de los oídos que no nos permiten escuchar al necesitado, ni servir a quien nos necesita. Mantengamos esta oración toda la semana: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 7, 31-37

      En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effetá!” (que quiere decir “¡Ábrete!”). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.

      Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: “¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

CURSO DE LITURGIA

CAPITULO 18

LAS VESTIDURAS SAGRADAS

Vestiduras del obispo:

MITRA: Gorro que usan los obispos y abades desde el siglo X. Está formado por dos trozos de tela acartonada cosidos o pegados por los costados, y abierto en la parte superior con doble pico. Símbolo del poder y servicio espiritual.

ÍNFULAS: Cintas que cuelgan detrás de la mitra. Significan que el ministro debe poseer la ciencia del Antiguo y del Nuevo Testamento.

ANILLO: Del latín “anellus”, anillo. Insignia propia de los obispos. Simboliza su desposorio con la Iglesia local o diócesis. También pueden usarlo algunos abades y abadesas. El anillo que se impone al obispo significa que contrae sagradas nupcias con la Iglesia. El anillo recuerda también la necesidad de ser sólido “eslabón” en la cadena de la sucesión que le une a los Apóstoles.

BÁCULO: Del latín “baculum”, bastón. Insignia litúrgica propia del obispo como pastor de la comunidad; lo recibe el día de su ordenación y lo usa cuando preside una celebración en su diócesis. Simboliza que es buen pastor de las ovejas, que apacienta, instruye, guarda y las defiende, como Cristo, el Buen Pastor.

SOLIDEO: Del latín “solus”, solo, y “Deo”, a Dios. Gorro de tela en forma de casquillo que usan los obispos, cubre la coronilla y se descubre ante el Santísimo, en la Consagración y en la Adoración de la Cruz del Viernes Santo. Si son obispos, el color del solideo es violeta; si son cardenales, es rojo, y el Papa lo usa de color blanco. Simboliza la protección de Dios y la dedicación a Dios.

PECTORAL: Del latín “pectus”, pecho. Es cruz de metal, madera, marfil que llevan los obispos sobre el pecho, como insignia de su cargo y dignidad. En la celebración de la Misa pueden llevarla sobre la casulla. El día de la ordenación episcopal toman y aceptan sobre sus espaldas, de un modo más comprometido, la cruz de Cristo, que no faltará en su ministerio episcopal.

Vestiduras del papa:

TIARA: Especie de mitra circular con triple corona que, desde el siglo XII hasta el Papa Pablo VI, usaban los obispos de Roma como insignia propia. Representaba el triple poder del Papa como obispo de Roma, supremo pastor de la Iglesia y jefe de los Estados Pontificios.

Otras vestiduras sagradas son:

CAPA PLUVIAL: Capa de honor que se usa en las procesiones, la bendición eucarística y otras funciones.

HUMERAL: O paño de hombros, especie de rebozo que se pone en la espalda para portar el Santísimo sin tocarlo con la mano.

PALIO EPISCOPAL: Especie de estola de color blanca salpicada de cruces usado por los Arzobispos a modo de escapulario.

  En definitiva, las vestiduras sagradas tienen una función pedagógica: distinguen a las diversas categorías de ministros identificándolos.

TRES ETAPAS EN LA VIDA CONTEMPLATIVA

3ª ETAPA:

La tercera conversión es semejante a la de los Apóstoles cuando, después de la Ascensión, se vieron privados totalmente de la presencia del Señor en la tierra.

Todavía quedan en el alma impurezas que le impiden la total unión con Dios, que es la característica de esta tercera etapa. Por ello debe pasar por la más difícil de las purificaciones.

San Pedro nos dice es "preciso que todavía seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero, que es probado al fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor en la Revelación de Jesucristo" (1ª Pe.1, 6-8).

San Juan de la Cruz describe la Noche Oscura por la que el alma tiene que pasar para entrar en esta tercera etapa de unión con Dios como "la fuerte lejía de la purgación de esta noche del espíritu, sin la cual no podrá venir a la pureza de la unión divina". Esta tercera conversión o Noche Oscura del Alma -como la llama San Juan de la Cruz- no se trata de una aridez o sequedad, como en la segunda conversión, sino que es una verdadera desolación de orden espiritual: mientras el alma anhela a Dios, se siente abandonada de Él.

Debe entonces el alma caminar a oscuras en pura fe. Tal como aconteció a los Apóstoles el día de la Ascensión del Señor. Hasta ese momento su intimidad con El iba siempre en aumento, pero ese día Jesús subió al Cielo, de modo que ya no le verían más en la tierra; les dejó privados de su presencia y de sus palabras que les daban vida. Y debieron sentirse muy solos y aislados, pensando en las dificultades de la misión que les había encomendado: la conversión de un mundo impío, sumergido en los errores del paganismo, y en las persecuciones y sufrimientos que les esperaban.
Debieron recordar entonces las palabras de Jesús: "Conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Divino Consolador no vendrá a vosotros; mas si yo me voy, os lo enviaré"  (Jn.16, 7). Es decir, convenía que les privara de Su presencia sensible, pues estaban aficionados a la humanidad de Cristo y no podían elevarse al amor espiritual de Su Divinidad: no estaban aún preparados para recibir al Espíritu Santo.

Al considerar esta privación de la presencia terrena de Cristo que precedió a la profunda transformación que los Apóstoles sufrieron en Pentecostés, podemos ver en qué consiste esta Noche Oscura y cuál es su finalidad: queda el alma envuelta en una verdadera noche espiritual al verse privada de las luces que hasta ahora la iluminaban, para luego experimentar una efusión especial de unión con Dios.

Sin embargo, explica San Juan de la Cruz, que esta oscuridad no es realmente tal, sino más bien luz excesiva que encandila al alma. "La Divina Sabiduría nos parece oscura por estar muy sobre la natural capacidad de nuestra inteligencia y, cuanto más nos embiste, más oscura nos parece".

En esta prueba, como en otras, debemos creer muy firmemente en lo que el Señor nos ha dicho acerca de la eficacia purificadora del sufrimiento y de la cruz, y esperar contra todas las apariencias, orando continuamente.

Horario de Misas

De lunes a sábado.. 19:30 h.

Domingos .............. 10:00—11:30 h

Rezo del Santo Rosario

De lunes a sábado .. 19:00 h.

Exposición del Santísimo

Jueves .................... 18:30—19:30 h.

Domingos .............. 10:30—11:30 h.

Confesiones

Media hora antes a cada Misa

Cuando alguien lo solicite

Despacho Parroquial

Martes, miércoles

y jueves ................ 18:00—19:00 h.

 Cáritas Parroquial 

Atención los miércoles de 18 a 19 h. en los locales de Ciudad de Laval, 30.


13 de septiembre: SAN JUAN CRISÓSTOMO, obispo

San Juan Crisóstomo nació en Antioquía en el año 347, y se bautizó a los 23 años. Después de haber vivido como eremita fue ordenado sacerdote, y empezó a hacerse conocido por sus sermones. Animado por la buena reputación de Juan, Arcadio -emperador romano de Oriente- solicitó a Teófilo, Patriarca de Alejandría, que lo nombrara obispo de Constantinopla. Como pastor se dedicó a enseñar la recta doctrina, con el celo y cuidado debidos, al tiempo que criticó duramente las formas judaizantes del cristianismo, así como los lujos e indiferencia de los emperadores frente a los pobres. Se deshizo de bienes superfluos.
La firme actitud de Crisóstomo y su celo pastoral le causaron roces e incomprensiones. Es verdad que se hizo de enemigos poderosos -entre los que estuvo Eudoxia, esposa del emperador Arcadio-, pero fundamentalmente del cariño y el respeto del pueblo cristiano. Vivió sus últimos días en el destierro y murió el 14 de septiembre de 407. Quienes lo acompañaron en su agonía testificaron sus últimas palabras: “Sea dada gloria a Dios por todo”. El apelativo “crisóstomo” empezó a usarse para hablar de Juan de Antioquía -nombre con el que se le llamaba al santo- aproximadamente un siglo después de su muerte, como un reconocimiento a su elocuencia, a la belleza y profundidad de su predicación, y a la potencia retórica de sus escritos. “Crisóstomo” puede traducirse como “boca de oro” (yuxtaposición de dos términos griegos: chrysós, 'oro', y stoma, 'boca').



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