DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO (T.O.). CICLO B
Vaya manera de terminar este gran anuncio de Jesús. Si recordamos, todo inició con la multiplicación de los panes, la gente se sentía feliz, llena de esperanza; incluso fue a buscar a Jesús a la otra orilla del lago. Después vino la exigencia de Jesús de creer en Él, y no todos estuvieron de acuerdo. ¿Qué hizo Jesús para provocar tan gran decepción? Anunciar la verdad. Él era el pan de Vida, Él sería nuestro verdadero y único alimento para la vida eterna. Pero quienes le rodeaban, no queriendo comprender el verdadero sentido de sus palabras, prefieren retirarse. Aquí encontramos claramente un elemento importantísimo en el camino de la evangelización: la capacidad de aceptar el rechazo o la frustración ante el anuncio claro y firme del Evangelio. El Evangelio no busca el reconocimiento y el éxito dado por los hombres, sino que busca la verdad, y la vida eterna. Por eso, Jesús no podía cambiar sus palabras para que estas personas no se retiraran. Dios nos pide que hagamos una opción ante Él.
Hoy Dios nos pide renovar nuestra fe, Él es el Señor de la Vida, Él es nuestro alimento, Él es nuestro camino; o estamos con Él o estamos contra Él. Pero Dios no está dispuesto a negociar sus principios para que nosotros lo sigamos. Él tiene palabras de vida eterna, su palabra es una y se llama Jesucristo. Dios nos quiere convencidos que en Él encontramos palabras de felicidad y de vida eterna.
+ Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 60-69
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”.
Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto os escandaliza? ¿Qué sería si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de vosotros no creéis”. (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: “por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis dejarme?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
CURSO DE LITURGIA
CAPITULO 17
EL TEMPLO
El templo “es el edificio en el que se reúne la comunidad cristiana para escuchar la Palabra de Dios, para orar unida, para recibir los Sacramentos y celebrar la Eucaristía”. Está consagrado para el culto a Dios. Es verdad que Dios está presente en todas partes, pero quiere tener un lugar visible de su presencia en este mundo. Y esto es el templo, la casa de Dios, que más comúnmente llamamos “iglesia”. Por eso, siempre que vemos una iglesia, nos acordamos de que Dios está presente en el mundo y hacemos la señal de la cruz.
Al inicio, los primeros cristianos daban culto a Dios en casas particulares. Lo requería la discreción y la prudencia, pues los emperadores romanos impedían otro culto público. Fue Constantino en el año 313 d.C. el que permitió el culto público y lo revistió de solemnidad y magnificencia. Y fue él el que mandó construir las basílicas, que eran edificios muy grandes, en un inicio dedicadas al rey o emperador, y después ofrecidas a Dios, el Rey de reyes.
En un templo la cabecera es donde está el retablo mayor y los pies del templo son la entrada principal. El ábside, la cabecera del templo litúrgicamente orientada debe mirar al punto por donde sale el sol. Así Cristo es el sol naciente que trae la luz y la salvación al mundo. Si los judíos orientan sus sinagogas mirando al Templo de Jerusalén y los musulmanes sus mezquitas mirando hacia la Meca, así los cristianos hemos tenido la costumbre considerada como tradición apostólica desde tiempos de la Iglesia antigua de mirar mientras oramos hacia el oriente, de tal manera que el pueblo e incluso hasta hace poco el sacerdote convergían sus miradas en esa dirección. Cristo está simbolizado por el sol naciente que volverá en el último amanecer de la historia.
Los templos tienen fundamentalmente dos lugares bien definidos: la nave, donde está el pueblo participante de la Asamblea y el presbiterio, sitio donde se sitúan los ministros para la celebración. El elemento más importante del presbiterio y centro del espacio celebrativo es el altar, punto de referencia y principio de unidad, centro de toda la liturgia eucarística.
El altar es la mesa del Señor. Así pues es ara y mesa a la vez. Debe ser fijo, estar consagrado y se dedica a Dios. El altar se recubre con un mantel y sobre él o cerca debe haber un crucifijo y dos candeleros al menos. También en el presbiterio se sitúa el ambón, lugar para la celebración de la palabra y la sede, lugar donde se sienta el presbítero que preside las celebraciones litúrgicas, sobre todo la Eucaristía.
Se recomienda que el sagrario ocupe una capilla lateral dentro de la iglesia para que el Sacramento pueda ser adorado fuera de la Misa aunque a veces por falta de espacio el sagrario se encuentre en el mismo presbiterio.
Un elemento al que hoy día no parece prestársele ninguna importancia es la orientación del templo, que siempre ha sido en la tradición cristiana mirando al oriente (oriens significa oriente y orientarse es dirigirse al oriente, al este).
Los templos se pueden construir de diferentes formas:
Trazados en forma de cruz y orientados hacia el este, es decir hacia el nacimiento del sol.
Otros se construyen de forma cuadrada. Símbolo del Norte, Sur, Este y Oeste, es decir una iglesia para todas las naciones. O de planta redonda, centralizada.
También se construyen de forma octogonal que simboliza los ocho días desde el nacimiento de Jesús hasta el día de su circuncisión.
Hemos visto que el orante que busca a Dios lo encuentra, encuentra a Dios que es el Verdadero Amor, el Único Ser que puede colmarnos plenamente. Podemos, así, a través de la oración, nutrirnos de ese Amor Verdadero y proyectarlo a los demás.
Orar es buscar a Dios para encontrar a Dios. Y cuando se da ese encuentro con el Dios Vivo, se descubre el verdadero sentido de la oración. Esta se convierte en el momento más buscado, en la actividad más importante del día, pues nos encontramos con el Amor, el verdadero Amor que todos añoramos ... pero que a veces buscamos donde no está. Ese Amor es el Amor de Dios ... Sólo Dios puede colmarnos plenamente, pues Él es la única y Verdadera Felicidad.
TRES ETAPAS EN LA VIDA CONTEMPLATIVA
1ª ETAPA:
En esta primera etapa de oración el esfuerzo del orante se concentra más que todo -y así debe ser- en evitar el pecado, aunque no siempre logra vencer el mal.
Como principiante tiene un conocimiento rudimentario de sí mismo y de Dios. Poco a poco el Señor le va descubriendo sus defectos y, si en lugar de excusarse, responde generosamente a la gracia buscando corregirse, Dios le va develando al alma su miseria y su pobreza, haciéndoselas ver a la luz de su infinita Misericordia.
Aún ignora el amor propio y el egoísmo que hay en su interior y se rebela con frecuencia al tener una contrariedad o sufrir alguna corrección. No pocas veces ve estos defectos mejor en los demás que en sí mismo, confirmando la advertencia de Jesucristo: "¿Cómo es que miras la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?" (Mt.7, 3).
Se puede decir que el principiante lleva dentro de sí un diamante envuelto todavía en otros minerales inferiores, y no conoce aún, ni el valor del diamante, ni la inferioridad de lo que lo cubre.
Su conocimiento de Dios es incipiente: quizá a través de la naturaleza o de las parábolas o de oraciones comunitarias o de la Liturgia. Aún no se ha familiarizado con los misterios de la salvación ni puede penetrar en el misterio de la Bondad infinita de Dios.
Su amor a Dios es más bien un santo temor por miedo al castigo; posteriormente éste se convierte en miedo a ofender a Dios.
La oración del principiante es vocal, pudiendo ser de oraciones ya hechas u oraciones espontáneas, como una conversación con Dios. Poco a poco la oración se va simplificando cada vez más hasta intentar la oración de recogimiento. Si el alma va respondiendo generosamente a la gracia, el Señor suele enviar gozos sensibles en la oración o en la lectura de la Palabra.
En esta etapa existe el peligro de habituarse y complacerse demasiado en la gratificación que puede venir con la oración de recogimiento, como si lo sensible fuera un fin y no un medio. Se corre, entonces, el riesgo de caer en lo que San Juan de la Cruz denomina "gula espiritual", y también en un inconsciente orgullo sobre las cosas espirituales, al considerar inferiores a los demás.
Sin embargo, en esta etapa comienzan a brotar los primeros grados de humildad, que hace que desconfiemos de nuestras fuerzas y que confiemos en Dios.
De lunes a sábado.. 19:30 h.
Domingos .............. 10:00—11:30 h
Rezo del Santo Rosario
De lunes a sábado .. 19:00 h.
Exposición del Santísimo
Jueves .................... 18:30—19:30 h.
Domingos .............. 10:30—11:30 h.
Confesiones
Media hora antes a cada Misa
Cuando alguien lo solicite
Despacho Parroquial
Martes, miércoles
y jueves ................ 18:00—19:00 h.
A partir de septiembre.
Atención los miércoles de 18 a 19 h. en los locales de Ciudad de Laval, 30.
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