13 de agosto de 2024

Domingo 18 de Agosto de 2024. DOMINGO XX T.O.- B

 DOMINGO 20º DEL TIEMPO ORDINARIO (T.O.). CICLO B

El domingo pasado, escuchábamos a Jesús pedirles que creyeran en Él, que Él era el signo por el cual debían reconocer a Dios presente entre ellos. Pero en el Evangelio de este domingo, Jesús va más allá y utilizando su carne y su sangre como signos de la vida divina que poseía, Él se presenta como el verdadero alimento, el cual exige no sólo creer en Él, sino alimentarse por Él. Hoy Cristo se presenta no ya como signo de la presencia de Dios, sino como Dios mismo que quiere llegar a una plena comunión con su Pueblo y así darle vida. Por eso nos dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna”.

Jesús utiliza un recurso que ya había utilizado antes con Nicodemo y la Samaritana. Cuando Jesús habla con Nicodemo de “renacer de nuevo”, no le está hablando en sentido biológico sino espiritual; y también cuando habla con la Samaritana del “agua viva con la cual ya no tendrá sed”, también habla de una realidad trascendente y no del agua física. Siguiendo el mismo lenguaje Jesús habla de alimentarnos con su Carne y su Sangre; en el lenguaje del AT la carne y la sangre representaban el cuerpo plenamente vivo. Por eso reconocemos en estas palabras la intención que Jesús después expresaría en la última cena de permanecer vivo a través de su cuerpo y su sangre significados en el pan y el vino.

Nadie puede dar lo que no tiene; por eso alimentémonos de Jesús, verdadero alimento de vida eterna, para poder así nosotros junto con Él, y guiados por el Espíritu dar frutos que perduren, frutos de vida eterna.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 51-58

                En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo os voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.

Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Jesús les dijo: ”Yo os aseguro: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no podréis tener vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron vuestros padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.

CURSO DE LITURGIA

CAPITULO 16

EL ALTAR

Representa a Cristo y es la mesa de su sacrificio y del banquete celestial, para quienes caminamos hacia la eternidad. Es el corazón del templo y representa a Jesucristo, “sacerdote, víctima y altar”. Por eso se lo besa, se lo inciensa. Tiene que ser de piedra o mármol; al principio, en los primeros siglos (quizás hasta el s. IV) el altar era de madera, pero más tarde se prefirió que fuera de piedra que simboliza a Cristo como roca viva. ¡Es Cristo visible! Ya desde el Antiguo Testamento se construían altares para los sacrificios a Yahvé. Tiene que ser alto, grande, significativo.

  En la celebración eucarística, el centro del altar lo utiliza exclusivamente el Obispo o el Sacerdote, nunca el diácono ni menos el acólito o laico, porque es ahí donde se realiza el memorial de Cristo: La Eucaristía.

  El altar tiene sus accesorios:

EL MANTEL: el altar (que es también la “mesa” alrededor de la cual se reúne la comunidad cristiana) se reviste de un mantel, pues es banquete lo que se celebra sobre el altar. En esa “mesa” Dios Padre nos servirá a su Hijo Jesús, como Cordero inmaculado, para alimento del alma.

CANDELEROS: es la luz de la presencia de Cristo; hoy es un signo festivo, aunque antiguamente era utilitario.

EL CRUCIFIJO: colocado sobre o cerca del altar, pues cada misa es Calvario donde participamos de la cruz de Cristo.

VASOS Y UTENSILIOS SAGRADOS: El templo es como la casa de Dios; el sagrario como su sala de recepción; el cáliz, la patena, el copón y la custodia son a modo de vajilla sagrada de la mesa eucarística. Todos estos vasos y utensilios son sagrados. El cáliz y la patena se usan para la celebración del Santo Sacrifico de la misa. El copón y la custodia sirven para conservar, trasladar o exponer el Santísimo Sacramento. Vaso subsidiario es la teca o cajita, usada para llevar la comunión a los enfermos, llamado también “porta viático”.

  También son utensilios y objetos del culto las crismeras con los óleos y el crisma, las vinajeras para el agua y el vino y el vasito para el lavabo; el incensario con la naveta que contiene el incienso, la campana o campanilla que se hace sonar durante la consagración, las bandejas, el acetre con agua bendita para las bendiciones y aspersiones; lleva dentro un hisopo.

DIFERENCIAS ENTRE EL LLAMADO MISTICISMO ORIENTAL Y LA MÍSTICA CRISTIANA

CONCLUSIÓN DE ESTA COMPARACIÓN

La diferencia parece ser muy sutil, pero es muy profunda.

Ese estado de conciencia en el que quien medita trata de llegar a la divinización de sí mismo, es muy distinto al abandono de sí que hace el cristiano en la oración contemplativa, en la cual el alma se abre y se entrega a Dios que habita en el interior del hombre -somos "templos vivos del Espíritu Santo" (1.Cor.3, 16) -si nos encontramos en estado de gracia. También es diferente de la llamada meditación cristiana que ya hemos descrito.

Las experiencias místicas provocadas a través de la meditación pagana oriental nada tienen que ver con el estado de unión con el Dios Uno y Trino de la Contemplación Cristiana, en la cual Dios Vivo y Verdadero va haciendo en el alma del orante su trabajo de alfarero para ir moldeándola según su Voluntad ( Jer.18, 1-6).

Realmente ¿a qué nos llevan los métodos de “meditación” pagana? A centrarlo todo en el “yo”. A creer que tu mente es “dios”, tú puedes lograr todo lo que quieras, basta que lo desees, con tu mente lo puedes todo.

¿Por qué pueden hacer daño estas formas de meditación? Porque la persona se concentra en su “yo”, en sí mismo y se vuelve muy egocéntrica (centrada en sí misma).

¿Qué diferencia hay entre las formas de oración cristianas y las formas de meditación paganas?

En que la pagana me centra en mi yo y el éxito depende de la técnica y de cómo la aplico. En cambio la oración cristiana me abre a un “Tú”, me descentra de mi “yo” y me centra en Dios nuestro Señor, y a la vez me abre al Amor para poder yo amar con ese Amor, que es el Amor de Dios. ¿Descubres cómo son totalmente opuestas las dos cosas?

En la llamada “meditación” oriental, el meditante se busca a sí mismo, para lograr por sus propios medios la fusión en el dios del que se cree parte. Es decir: el resultado depende de aplicar bien los métodos y las actividades que se proponen.

En la oración cristiana el orante busca a Dios y lo deja actuar en su alma, la cual es transformada por la Gracia Divina. Es decir: Dios es quien hace; la persona se deja hacer. Pero no hay irresponsabilidad aquí, sino una gran dosis de entrega y abandono en Dios, sabiendo que Dios es el que hace en nosotros.

La transformación total en Dios de que habla San Juan de la Cruz no se da por "fusión” con la divinidad, sino por "posesión”: el alma se entrega totalmente a Dios que la posee, tomando la dirección de toda su vida e inspirándola en cada uno de sus actos, y la criatura posee a su Dios, que mora en ella y que la vivifica, la mueve y la gobierna.

Por eso San Pablo describe esta etapa así: "Ya no soy yo quien vivo, sino es Cristo quien vive en mí" (Gal. 2, 20).

 
Horario de Misas

De lunes a sábado.. 19:30 h.

Domingos .............. 10:00—11:30 h

Rezo del Santo Rosario

De lunes a sábado .. 19:00 h.

Exposición del Santísimo

Jueves .................... 18:30—19:30 h.

Domingos .............. 10:30—11:30 h.

Confesiones

Media hora antes a cada Misa

Cuando alguien lo solicite

Despacho Parroquial

Martes, miércoles

y jueves ................ 18:00—19:00 h.

 Cáritas Parroquial

A partir de septiembre. 

Atención los miércoles de 18 a 19 h. en los locales de Ciudad de Laval, 30.

20 de agosto: SAN BERNARDO DE CLARAVAL

              Bernardo de Fontaine -por su nombre de pila- nació en 1090 en el castillo de Fontaine-les-Dijon, ubicado en la región de Borgoña (Francia). Su familia pertenecía a la nobleza francesa. Cuando murió su madre, el pequeño Bernardo volvió los ojos hacia la Virgen María, fuente de sus consuelos y por quien profesó una fuerte devoción toda su vida. Bernardo fue autor del “Acordaos”, una de sus oraciones marianas más hermosas. La noche de Navidad del año 1111, Bernardo se quedó dormido.
En su sueño apareció la Virgen llevando al Niño Jesús en brazos y se lo ofreció para que lo amara e hiciera que otros lo amen también. Desde aquella noche decidió consagrarse a Dios y alcanzar la santidad. En 1112 ingresó al monasterio cisterciense de Citeaux. Con solo 25 años fue enviado como abad a fundar, con otros doce monjes, un nuevo monasterio en Champagne, al que llamó “Clairvaux” -es decir, Claraval, que en francés significa “valle claro”-. Bernardo visitó y predicó en escuelas, universidades, pueblos y campos para hablar sobre las bondades de la vida religiosa. Fundó cerca de 300 monasterios y consiguió que 900 hombres profesaran sus votos.  Bernardo murió el 21 de agosto de 1153, a los 73 años, tras haber sido abad durante casi cuatro décadas. Fue canonizado en 1174 y proclamado Doctor de la Iglesia en 1830. Quiero concluir estas reflexiones sobre san Bernardo con las invocaciones a María que leemos en una bella homilía suya: "En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres -dice- piensa en María, invoca a María".   

 

 


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