BIOGRAFÍA DE SAN VICENTE FERRER
San Vicente Ferrer es el patrón de la Comunidad Valenciana. Pero la devoción al mismo se halla extendida por la mayor parte de los lugares que recorrió a lo largo de su peregrinación.
Cuando San Vicente Ferrer nació en Valencia, el 23 de enero de 1350, acababa de sufrir junto con el resto de Europa, una espantosa epidemia que conocemos como la “Peste Negra”. Pertenecía a una familia acomodada, pues su padre Guillermo era notario y estaba bien relacionado con las clases altas y su madre se llamaba Constanza. El matrimonio tuvo 3 hijos y 3 hijas.
A principios de febrero de 1367 tomó su hábito como dominico. Sus cualidades intelectuales sobresalían, y a partir de 1368 hasta 1375 sus superiores lo mandaron en calidad de estudiante a Barcelona y prolongó sus estudios de especialización en Toulouse (Francia). De este período de estudios sobresalen su amor a la Biblia y sus conocimientos de hebreo, la impronta de la doctrina de su hermano de Orden santo Tomás de Aquino y la fuerza de su formación filosófica reflejada en sus dos Tratados filosóficos escritos a los 22 años.
Como dato curioso decir que sus sermones duraban casi siempre más de dos horas, pero los oyentes no se cansaban ni se aburrían porque sabía hablar con tal emoción y de temas tan propios para esas gentes, que a cada uno le parecía que el sermón había sido compuesto para él mismo en persona.
Antes de predicar rezaba por cinco o más horas para pedir a Dios la eficacia de la palabra, y conseguir que sus oyentes se transformaran al oírle. Dormía en el suelo, ayunaba frecuentemente y se trasladaba a pie de una ciudad a otra (los últimos años se enfermó de una pierna y se trasladaba cabalgando en un burrito).
¿Cómo se le conoce cariñosamente a San Vicente Ferrer? “Sant Vicent el del ditet” porque, según la leyenda popular, logró varios milagros alzando su dedo índice. En la iconografía se le suele representar con el dedo índice alzado hacia el cielo y con un par de alas a sus espaldas.
Los último años, ya lleno de enfermedades, lo tenían que ayudar a subir al sitio donde iba a predicar. Pero apenas empezaba la predicación se transformaba, se le olvidaban sus enfermedades y predicaba con la emoción de sus primeros años. Era un milagro. Durante el sermón no parecía viejo ni enfermo, sino lleno de juventud y entusiasmo. Y su entusiasmo era contagioso.
Murió en plena actividad misionera a los 69 años, el miércoles de ceniza, el 5 de abril de 1419. Fueron tantos sus milagros y tan grande su fama que el Papa lo declaró santo a los 36 años de haber muerto, en 1455.
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