Parroquia de Sant Francesc de Borja
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Domingo 10 de agosto de 2014
Queridos hermanos:
¿Qué es lo que hace que Pedro se hunda y Jesús no al caminar sobre las aguas? Dice Orígenes comentando el Cántico del mar Rojo en el que los enemigos se hundieron como plomo en las aguas formidables:
“Cayeron en el abismo como una piedra. ¿Por qué cayeron en el abismo como una piedra? Porque no eran piedras de las que se pueden suscitar hijos de Abraham, sino de las que aman el abismo y prefieren el elemento líquido, esto es, que son seducidos por el placer amargo y efímero de las cosas presentes. Por eso se dice de ellos: se hundieron como plomo en las aguas caudalosas. Los pecadores son pesados. (…) Ésta es la razón de que los inicuos sean hundidos en el abismo, como el plomo en las aguas caudalosas. Pero los santos no se hunden, sino que andan sobre las aguas, porque son ligeros y no están lastrados por el peso del pecado. Así el Señor y Salvador anduvo sobre las aguas, Él que no conoció pecado. Anduvo también su discípulo Pedro, aunque temblase un poco; no era tan grande ni tan perfecto que no tuviese en sí mezclado ni siquiera un poco de plomo. Tuvo, aunque poco. Por eso le dice el Señor: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” (Orígenes. Homilías sobre el Éxodo 6,4)
Lo que pesa es el pecado, que nos hunde. En cambio la fe levanta. Dice San Juan Crisóstomo. “La fe levanta nuestra alma a la altura aquella y no le permite quedar sumergida por las adversidades presentes, sino que la aligera mediante la esperanza de las cosas futuras. Quien espera las cosas futuras, con la esperanza de las cosas del cielo y con los ojos fijos en éstas, ni siquiera siente las molestias de los males presentes”. (San Juan Crisóstomo. Homilía 12).
Pidamos al Señor tener confianza en él: ““Con el Señor estamos seguros. La fe crece con el Señor, precisamente de la mano del Señor; esto nos hace crecer y nos hace fuertes Pero si pensamos que podemos arreglárnoslas solos... Pensemos en qué le sucedió a Pedro: «Señor, nunca te negaré» (cf. Mt 26, 33-35); y después cantó el gallo y le había negado tres veces (cf. vv. 69-75). Pensemos: cuando nos fiamos demasiado de nosotros mismos, somos más frágiles, más frágiles. ¡Siempre con el Señor! Y decir «con el Señor» significa decir con la Eucaristía, con la Biblia, con la oración...” (Francisco. 18 de mayo de 2013)
Jesús, vuestro párroco
Lectura del santo evangelio según san Mateo 14, 22-33
Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida: - «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Pedro le contestó: - «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo: - «Ven.»
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: - «Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: - «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
- «Realmente eres Hijo de Dios.»
Palabra del Señor.
JESÚS SE APARTA A SOLAS A ORAR
2602 Jesús se aparta con frecuencia a la soledad en la montaña, con preferencia por la noche, para orar (cf Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que ha "asumido la carne", comparte en su oración humana todo lo que viven "sus hermanos" (Hb 2, 12); comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf Hb 2, 15; 4, 15). Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como la manifestación visible de su oración "en lo secreto".
SEÑOR SÁLVAME
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
JESÚS SE APARTA A SOLAS A ORAR
2602 Jesús se aparta con frecuencia a la soledad en la montaña, con preferencia por la noche, para orar (cf Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que ha "asumido la carne", comparte en su oración humana todo lo que viven "sus hermanos" (Hb 2, 12); comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf Hb 2, 15; 4, 15). Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como la manifestación visible de su oración "en lo secreto".
SEÑOR SÁLVAME
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
“Nos tomó de la mano, nos atrajo hacia sí y nos dijo: "No temas. Yo estoy contigo. No te abandono. Y tú no me abandones a mí". Tal vez en más de una ocasión a cada uno de nosotros nos ha acontecido lo mismo que a Pedro cuando, caminando sobre las aguas al encuentro del Señor, repentinamente sintió que el agua no lo sostenía y que estaba a punto de hundirse. Y, como Pedro, gritamos: "Señor, ¡sálvame!" (Mt 14, 30). Al levantarse la tempestad, ¿cómo podíamos atravesar las aguas fragorosas y espumantes del siglo y del milenio pasados? Pero entonces miramos hacia él... y él nos aferró la mano y nos dio un nuevo "peso específico": la ligereza que deriva de la fe y que nos impulsa hacia arriba. Y luego, nos da la mano que sostiene y lleva. Él nos sostiene. Volvamos a fijar nuestra mirada en él y extendamos las manos hacia él.
Dejemos que su mano nos aferre; así no nos hundiremos, sino que nos pondremos al servicio de la vida que es más fuerte que la muerte, y al servicio del amor que es más fuerte que el odio.
La fe en Jesús, Hijo del Dios vivo, es el medio por el cual volvemos a aferrar siempre la mano de Jesús y mediante el cual él aferra nuestra mano y nos guía. Una de mis oraciones preferidas es la petición que la liturgia pone en nuestros labios antes de la Comunión: "Jamás permitas que me separe de ti". Pedimos no caer nunca fuera de la comunión con su Cuerpo, con Cristo mismo; no caer nunca fuera del misterio eucarístico. Pedimos que él no suelte nunca nuestra mano... (Benedicto XVI. Jueves santo 13 de abril de 2006)
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“La historia del canto de Moisés tras la liberación de Israel de Egipto y el paso del Mar Rojo, tiene un paralelismo sorprendente en el Apocalipsis de san Juan. Antes del comienzo de las últimas siete plagas a las que fue sometida la tierra, al vidente se le aparece «una especie de mar de vidrio veteado de fuego; en la orilla estaban de pie los que habían vencido a la bestia, a su imagen y al número que es cifra de su nombre: tenían en sus manos las arpas que Dios les había dado. Cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero» (Ap 15,2s). Con esta imagen se describe la situación de los discípulos de Jesucristo en todos los tiempos, la situación de la Iglesia en la historia de este mundo. Humanamente hablando, es una situación contradictoria en sí misma. Por un lado, se encuentra en el éxodo, en medio del Mar Rojo. En un mar que, paradójicamente, es a la vez hielo y fuego. Y ¿no debe quizás la Iglesia, por decirlo así, caminar siempre sobre el mar, a través del fuego y del frío? Considerándolo humanamente, debería hundirse. Pero mientras aún camina por este Mar Rojo, canta, entona el canto de alabanza de los justos: el canto de Moisés y del Cordero, en el cual se armonizan la Antigua y la Nueva Alianza. Mientras que a fin de cuentas debería hundirse, la Iglesia entona el canto de acción de gracias de los salvados. Está sobre las aguas de muerte de la historia y, no obstante, ya ha resucitado. Cantando, se agarra a la mano del Señor, que la mantiene sobre las aguas. Y sabe que, con eso, está sujeta, fuera del alcance de la fuerza de gravedad de la muerte y del mal – una fuerza de la cual, de otro modo, no podría escapar –, sostenida y atraída por la nueva fuerza de gravedad de Dios, de la verdad y del amor. Por el momento, se encuentra entre los dos campos de gravitación. Pero desde que Cristo ha resucitado, la gravitación del amor es más fuerte que la del odio; la fuerza de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte. ¿Acaso no es ésta realmente la situación de la Iglesia de todos los tiempos? Siempre se tiene la impresión de que ha de hundirse, y siempre está ya salvada. San Pablo ha descrito así esta situación: «Somos... los moribundos que están bien vivos» (2 Co 6,9). La mano salvadora del Señor nos sujeta, y así podemos cantar ya ahora el canto de los salvados, el canto nuevo de los resucitados: ¡aleluya! Amén.” (Benedicto XVI. Sábado Santo 11 de abril de 2009)
Señor Jesús, que vienes a nuestro encuentro resucitado, inmortal y glorioso, caminando sobre las aguas agitadas de la historia. Llámanos a seguirte, como a Pedro, danos confianza y audacia para creer que la fuerza de la gravedad del amor es más fuerte que la fuerza de la gravedad del pecado, de la muerte y del mal.
Señor Jesús, aunque muchas veces la Iglesia está en peligro de hundirse, como a Pedro, tiéndele tu mano, sostennos siempre y guíanos sobre las aguas.
(cf. Benedicto XVI. Homilía Jueves Santo 21 de abril de 2011)
1. Fiesta de Santa Clara:
Triduo: 8, 9 y 10 de agosto a las 19.30 h. A las 18.30 será las Vísperas y el rosario.
Vigilia de Oración y tránsito: domingo 10 de agosto a las 21.30 h. con Exposición del Santísimo Sacramento.
Fiesta de Santa Clara: lunes 11 de agosto a las 19.30 h. con el reparto del pan bendito.
2. El viernes 15 de agosto es la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Con este motivo habrá horario especial de misas. El jueves 14 a las 7.30 tarde la misa de la víspera y a las 9 noche la Vigilia de la Asunción. El viernes 15 habrá misa a las 11.00 de la mañana y a las 7.30 tarde.
Del 11 al 17 de agosto de 2014
- Lunes 11. Santa Clara. 19.30 h.: En sufragio de: Elisa y Dif. Fam.
- Martes 12. Santa Juana Francisca de Chantal. 19.30 h.: En sufragio de: Rafael Calatayud.
- Miércoles 13. San Ponciano y San Hipólito. 19.30 h.: En sufragio de: Rvdo. D. Vicente Agustín.
- Jueves 14. San Maximiliano Mª Kolbe.
- Por la tarde: Solemnidad de la Asunción de la Virgen María. 19.30 h.: En sufragio de: Agrimiro Domínguez Buendía.
- 21.00 h.: Vigilia de la Asunción. Sin intención.
- Viernes 15. Solemnidad de la Asunción de la Virgen María. 11.00 h.: Pro Pópulo.
- 19.30 h.: En sufragio de: José Antonio, Manuel y Vicente.
- Sábado 16. Por la tarde: Domingo XX del T.O.
- 19.30 h.: Sin intención. 21.00 h.: En sufragio de: Dif. Fam. Romero Ferrandis.
- Domingo 17. Domingo XX del T.O.
- 11.00 h.: Pro Pópulo. 19.30 h.: En sufragio de:
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