Comentó ayer esta obra clásica después de un concierto
El genial compositor consiguió una «expresión de fe propiamente cristiana» al tratar la muerte, según el Papa.
Madrid (la Razón) - Era cosa bien sabida que Benedicto XVI es un admirador de Mozart desde su infancia y que no pierde ocasión de tocar sus piezas al piano, pero nunca hasta ayer el Papa lo había alabado con tanto entusiasmo como ayer, cuando, además, relacionó al compositor austriaco con un tema sobre el que últimamente predica bastante: la muerte y la esperanza en la otra vida.
Benedicto XVI asistió ayer a un concierto en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, ofrecido por la Academia Pontificia de las Ciencias, en el que se interpretó el famoso «Réquiem» de Mozart, a cargo de la Orquesta de Padua y del Véneto. Tras la audición, el Papa quiso comentar la obra.
Serenidad ante la muerte
«En Mozart, cada cosa está en perfecta armonía, cada nota, cada frase musical y no podría ser de otra manera; incluso los opuestos se han reconciliado y la serenidad mozartiana lo envuelve todo», afirmó. «Es un don éste de la Gracia de Dios, pero también es el fruto de la viva fe de Mozart, que, sobre todo en la música sacra, logra transpirar la luminosa respuesta del amor divino, que da esperanza».
Esta fe y serenidad de Mozart el Papa las atribuye a su trato cercano y realista con la muerte.
El Pontífice leyó el último escrito a su padre moribundo el 4 de abril del año 1787, en el que Mozart dice: «No voy jamás a la cama sin pensar que mañana puede que no esté más. Ni tampoco ninguno de los que me conocen podrán decir que en su compañía yo esté triste o de mal humor. Es por esta suerte que agradezco cada día a mi Creador y deseo de todo corazón lo mismo a cada uno de mis semejantes», finalizó la carta de Mozart.
Para el Papa, el «Réquiem» mira «serenamente la muerte como la llave para cruzar la puerta hacia la felicidad eterna» y alabó la pieza por ser «una elevada expresión de fe, que conoce bien lo trágico de la existencia humana y que no oculta sus aspectos dramáticos y por tanto es una expresión de fe propiamente cristiana, consciente de que toda la vida del hombre está iluminada del amor de Dios».
Benedicto XVI asistió ayer a un concierto en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, ofrecido por la Academia Pontificia de las Ciencias, en el que se interpretó el famoso «Réquiem» de Mozart, a cargo de la Orquesta de Padua y del Véneto. Tras la audición, el Papa quiso comentar la obra.
Serenidad ante la muerte
«En Mozart, cada cosa está en perfecta armonía, cada nota, cada frase musical y no podría ser de otra manera; incluso los opuestos se han reconciliado y la serenidad mozartiana lo envuelve todo», afirmó. «Es un don éste de la Gracia de Dios, pero también es el fruto de la viva fe de Mozart, que, sobre todo en la música sacra, logra transpirar la luminosa respuesta del amor divino, que da esperanza».
Esta fe y serenidad de Mozart el Papa las atribuye a su trato cercano y realista con la muerte.
El Pontífice leyó el último escrito a su padre moribundo el 4 de abril del año 1787, en el que Mozart dice: «No voy jamás a la cama sin pensar que mañana puede que no esté más. Ni tampoco ninguno de los que me conocen podrán decir que en su compañía yo esté triste o de mal humor. Es por esta suerte que agradezco cada día a mi Creador y deseo de todo corazón lo mismo a cada uno de mis semejantes», finalizó la carta de Mozart.
Para el Papa, el «Réquiem» mira «serenamente la muerte como la llave para cruzar la puerta hacia la felicidad eterna» y alabó la pieza por ser «una elevada expresión de fe, que conoce bien lo trágico de la existencia humana y que no oculta sus aspectos dramáticos y por tanto es una expresión de fe propiamente cristiana, consciente de que toda la vida del hombre está iluminada del amor de Dios».
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