“¡Ánimo! Que soy yo; no temáis” (postmigajas)
Queridos hermanos:
Demos gracias a Dios por todo este tiempo que hemos caminado juntos. Otras muchas migajas no han sido enviadas, (sobre el reposo del arca en el Monte Ararat, sobre la hoja amarga del olivo llevado en el pico de la paloma, sobre la Alianza, el arco iris, otros confinamientos fecundos en la historia como el del profeta Daniel y la ayuda de Habacuc o el de San Juan de la Cruz o el cardenal Van Thuan, sobre el hecho de que hay más de cuatro noches en la historia de la salvación, sobre el sacrificio de Noé, sobre el deseo de que se cumpla espiritualmente la maldición de Noé a su hijo Cam, sobre la luz en el arca, sobre Noé o el arca como señal, sobre el hecho de que entraran cuatro matrimonios (hombre mujer) en el arca, sobre los “por qués” en el arca…). Las que se han enviado han sido para alimentar vuestra fe en Jesucristo y vuestra esperanza. (Cf. Juan 20, 30-31).
En muchas ocasiones me veía como San Agustín en la escena del niño que intenta meter en el agujero de una migaja el mar inmenso del amor de Dios revelado. Imposible. Toda una vida y miles de migajas hechas no agotan la fuente. Como dice San Efrén: “¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian.
El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.
La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron—dice el Apóstol—el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.
Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.
Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.” (Sobre el Diatésaron 1,18-19. En Oficio lectura Domingo, VI semana Tiempo Ordinario).
Si estas migajas te sirvieron para comer, quedo yo satisfecho. Pues yo también comí preparando cada migaja y me alimenté gastándome por ti. Como decía san Pablo: “Por mi parte, con sumo gusto gastaré y me desgastaré yo mismo por vosotros. Y si yo os quiero más, ¿me querréis vosotros menos?” (2 Corintios 12, 15).
Jesús, vuestro párroco
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