Homilía de Mons. Carlos Osoro en el funeral por Carmen Hernández
Eminencias Reverendísimas,
Excelencias,
Hermanos sacerdotes,
Padre Mario,
Querido hermano Kiko Argüello, que con Carmen iniciaste el Camino Neocatecumenal,
Queridos hermanos del Camino que, de diversas partes de España y del mundo, habéis querido haceros presentes en esta despedida a Carmen de este mundo,
Hermanos y hermanos todos, también a aquellos que estáis siguiendo esta celebración a través de 13TV y de otros medios de comunicación social:
La Palabra de Dios que acabamos de proclamar ha sido contundente. Tres expresiones nos revelan lo que Nuestro Señor Jesucristo quiere que celebremos sus discípulos hoy, con motivo de la salida de este mundo de Carmen. Para ello, el Señor nos ha hablado:
1) Nos da una gran noticia. Nos da la mejor noticia que un ser humano puede recibir (Is 25, 6a. 7-8b): El Señor destruirá la muerte para siempre, enjugará las lágrimas de todos los rostros, borrará de la tierra el oprobio. El ser humano, en lo más profundo de su corazón, tiene deseos de eternidad, quiere vivir para siempre. Dios quiere acompañar al ser humano en todas las situaciones de su existencia, también en la muerte. El deseo de ser eterno fue lo que le llevó a querer ser igual a Dios y, por ello, entrar por un camino por el que Dios le había dicho que no fuese. Todos nos tenemos que enfrentar con la oscuridad más grande que existe y para la cual no hay posibilidad de dar luz desde nosotros, pues no hay lámparas capaces de alumbrar, ni centrales que produzcan la luz. El ser humano tiene palabras y soluciones mientras vive en este mundo, pero no tiene ni soluciones ni palabras para la muerte. Ante la muerte, lo único que podemos decir a quien les ha afectado es: os acompañamos en este dolor. Por otra parte, todos sabemos que más tarde o más temprano morimos. ¿Os imagináis lo que significa que nos llegue la noticia de que Dios va a destruir la muerte para siempre?
2) Nos revela un gran misterio. Hoy, una vez más, se nos revela un misterio: la muerte ha sido vencida. Hoy podemos gritar con todas nuestras fuerzas: «¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?». Y lo ha hecho Dios mismo, haciéndose hombre: «No ha tenido a menos hacerse uno como nosotros y pasar por uno de tantos», también por la muerte, pero para vencerla con su poder que es su amor, porque lo que «provoca la muerte es el pecado». Y el que no tiene pecado la ha vencido y ha querido entregarnos toda su vida a nosotros. Lo hace siempre revelándose en nuestra existencia con un rostro que nos mira con una inmensa misericordia. «Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por Nuestro Señor Jesucristo».
3) Nos sitúa en una provocación de salida a toda la humanidad, que hay que anunciar. Hoy nos la hace Nuestro Señor a nosotros. Nos toma como a Pedro, a Juan y Santiago y nos hace vivir una realidad esencial, la que conmueve los cimientos de la vida y de la historia, la que sigue siendo necesario anunciar, pues afecta a toda la creación. Pedro, Juan y Santiago vieron cómo conversaba como Moisés y Elías y hablaban de su «éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén», es decir, hablaban de cómo Jesús con su muerte y Resurrección realiza el éxodo en nombre de la humanidad. Oyeron, vieron cómo dialogaba con el Padre y cómo sus vestidos brillaban de resplandor. Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!». Y es que tener en nosotros la vida, la Resurrección, poderla contemplarla, experimentar el gozo de la plenitud, es lo que necesitamos siempre los hombres, para caminar con sentido y metas, para ser creativos en todas las situaciones buscando salidas en la alegría del Evangelio. Experimentemos la alegría de la Resurrección del triunfo, de dejarnos envolver y abrazar por Dios, como los primeros discípulos envueltos en aquella nube. Y que escuchemos también «este es mi Hijo el Elegido, escuchadlo».
Carmen experimentó en Palomeras, aquí en Madrid, la gracia transformadora de la Palabra de Dios, cuando se encontró con Kiko entre los pobres y viendo cómo esta tenía una resonancia fascinante en ellos. Allí Carmen quedó también fascinada. Y aún más cuando el arzobispo de Madrid, don Casimiro Morcillo, los animó a que siguieran en esta misión. Y Carmen, que había venido a que buscar a Madrid jóvenes para ir a Bolivia, se encuentra con un descubrimiento fundamental en su vida para anunciar a Jesucristo Resucitado: el trípode. Palabra, liturgia y comunidad serán la base de un nuevo camino de encuentro con Cristo y con su Iglesia, de una nueva manera que fascina hoy a un millón y medio de cristianos que, repartidos en 30.000 comunidades, anuncian a Jesucristo. De tal manera que la evangelización se convierte en una comunidad cristiana que vive y hace vivir, desde una oración sincera, desde la comunión entre personas realizada en una comunidad concreta y con el entusiasmo de la evangelización, es decir, de anunciar a Jesucristo muerto y resucitado.
Queridos hermanos, hoy nos ha reunido la partida de este mundo de Carmen. Pero de verdad lo que nos ha reunido ha sido proclamar una gran noticia, un gran misterio: Nuestro Señor ha querido provocarnos una vez más y hablarnos como a los primeros, de su éxodo, es decir, de su triunfo, de su Resurrección y de nuestro triunfo en Él.
Creer en la Resurrección de Jesucristo provocó en Carmen un deseo misionero irresistible. Lo hizo desde tres grandes pasiones: 1) Puso la vida al servicio de este anuncio; 2) Sintió la urgencia de vivir con un testimonio sincero y valiente, realizado desde su carácter franco y con un lenguaje directo; 3) Todo vivido con un gran amor a la Iglesia: su papel en la redacción del estatuto del Camino aprobado por la Santa Sede, la defensa de la mujer y su papel en la Iglesia, su sincero amor al Sucesor de Pedro.
Pidamos al Señor por Carmen. Nuestra oración, cuya expresión más sublime se realiza en la celebración de la Eucaristía, nos lleva a poner en manos del Señor la vida de nuestra hermana y pedirle que perdone todas sus faltas, a quien quiso vivir con las convicciones que el apóstol san Pablo nos manifiesta: «Si vivimos, vivimos para Dios, si morimos, morimos para Dios, en la vida y en la muerte somos de Dios». La Virgen María nos acompaña siempre en este encuentro definitivo con Dios, así lo ha querido el Señor; nos la dio como Madre, para que viviésemos en la misma confianza del Señor que lo acompaño hasta el final, Ella escuchó a Jesús decir: «Padre, a tus manos encomiendo mi vida». Descanse en paz Carmen, iniciadora con Kiko del Camino Neocatecumenal. Y a nosotros nos dé el descanso de saber que el triunfo del hombre es el triunfo de Cristo. Amén.
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