Un mensaje de piedad y
perdón fue el que dejó escrito el Papa Francisco en el campo de concentración
Auschwitz, al que visitó en el tercer día de su viaje apostólico a Polonia, con
ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud Cracovia 2016.
Desde su llegada a las 9:15, el Papa permanece en silencio. Cruza el umbral de la puerta de Auschwitz con la inscripción “Arbeit macht frei” (El trabajo les hará libres) y continúa en silencio mientras el sol asciende.
El silencio de Francisco
El Papa sigue allí, tranquilo y ensimismado en su silencio. A diferencia de sus predecesores, no alza la voz. Al final, se levanta y roza con sus labios uno de los postes de metal de la valla. La visita continúa en un carro de golf hasta las barracas donde se asesinaba a los presos. Allí se encuentra con Beata Szydlo, primera ministra de Polonia, que le acompaña entre los muros de ladrillo. Francisco quiere sentir el lugar y encontrarse allí con los doce testigos de aquel entonces.
Todos son mayores, muy mayores. Una señora de cabellos blancos le susurra algo y el la besa en las mejillas. Otro hombre alto le saluda con un decidido apretón de manos. Más tarde, le enseña al Papa una foto con una figura esquelética entre un grupo de prisioneros en los días de la liberación. Francisco se queda impresionado por los doce, consciente de que son algunos de los pocos que todavía son testigos supervivientes de aquella crueldad.
La celda de la muerte de Maximilian Kolbe
El Papa no visita aquellas salas de las barracas del campo de Auschwitz-Birkenau donde las montañas de pelo, de gafas y maletas son los testimonios de más de un millón de personas que fueron asesinadas. Pero sí baja las escaleras del bloque 11, el llamado “búnker del hambre”. Para él, una etapa importante en su camino. Allí abajo, el 14 de agosto de 1941, falleció el sacerdote franciscano Maximilian Kolbe. Cuando los guardas del campo de concentración seleccionaron hombres para enviarlos a la muerte en represalia por la presunta huída de un preso, Kolbe se ofreció a cambio de un padre de familia. Eso ocurrió hace casi 75 años. Francisco se sienta durante 5 minutos en este sótano oscuro, observado tan solo por una cámara. En soledad con el recuerdo, orando en silencio. Poco después, escribe las únicas palabras que expresó durante su visita. Las escribe en castellano en el libro de visitantes de Auschwitz: “¡Señor, ten piedad de tu pueblo, perdón por tanta crueldad!”.
Con el sol ya en lo alto en este día de verano, el Papa llega al centro del complejo de Auschwitz. El séquito de vehículos de seguridad avanza despacio. Delante del monumento esperan desde hace horas miles de invitados. Entre ellos, 25 hombres “justos entre los pueblos”, personas que arriesgaron su vida para ayudar a sobrevivir a los judíos. Szydlo está allí y saluda a estos invitados tan especiales. Pero el aplauso es para Francisco, que posteriormente se acerca al panel en memoria de las víctimas para terminar encendiendo una vela, mientras los asistentes entonan salmos. Primero en hebreo, y luego en polaco.
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