EL CHÓFER DE CRISTO
Agosto 16th, 2012
Otra mañana llevando la Sagrada Comunión a enfermos… Me siento “el chófer de Cristo”, y, la verdad, me gusta. Desde esa posición, se advierten detalles que sólo los chóferes conocemos. Son retazos de historias de Amor en las que uno se entromete por un momento, y que sólo con ciertas dosis de pudor puede escribir.
Por ejemplo: mi primera parada se produce en casa de una anciana inválida que cuenta con casi noventa años, y que, cuando recibe la visita del Señor, se pinta los labios, se repeina y se perfuma. Quiere estar atractiva para su Amor. Mientras deposito en sus labios la Sagrada Hostia me tiemblan las manos; siento que algo muy grande está sucediendo. Si los ángeles comulgasen, comulgarían así. Sé que no debería fijarme, porque soy el chófer, pero me puede la curiosidad. Humildemente, le pido al Señor, para mí, el mismo fervor.
Algunas paradas del recorrido me hacen pensar. Me pregunto por qué sigo llevando a Jesús a ciertas casas. Lo cierto es que me pidieron una vez que les llevase la Comunión, y, al finalizar la primera visita, les pregunté si deseaban que volviese a la semana siguiente… No se entusiasmaron demasiado: “¡No se moleste, padre, no quisiéramos quitarle tanto tiempo!”… Les respondí que no era molestia, que era mi trabajo, y casi vencidos por mi insistencia accedieron a recibir a Jesús a la semana siguiente. Con algunos de éstos llevo más de dos años, semana tras semana, repitiendo la visita. Y todavía, cuando les digo: “¡Hasta el jueves que viene!”, me miran con cansancio, como diciendo: “¡Qué remedio!”… Puede que me equivoque, pero en algún caso pienso que se arrepienten de haberme llamado por primera vez. Por eso, mientras vamos de camino, le pregunto al Señor: “¿Por qué vamos a esta casa? ¡Si parece que molestas!”… Entonces el Señor me mira, desde el maletín donde lo llevo, con un gesto indefenso y pobre, sin darme explicación alguna… Y yo entiendo que Él, a pesar de todo, está deseando visitar a su amigo aunque su amigo no arda precisamente en deseos de verlo a Él… ¡Qué curioso! Me parece que siente más Jesús los deseos de ser comulgado que algunas personas de comulgar.
A muchos de los enfermos que Jesús visita los he visto marcharse al Cielo con Él. Recuerdo ahora a una mujer cuyo marido, en la primera visita de Jesús, encendió una vela muy larga, de esas que se usan para los candelabros de algunos salones. Cada jueves la volvía a encender durante el rito de la Comunión, y, jueves a jueves, la vela fue menguando. Después de casi dos años, apenas quedaba un taco de cera. Y, cuando la vela se gastó, añadí el rito de la unción a una Comunión que se volvió viático. La amiga de Jesús se fue al Cielo con Él.
No vamos solos en el coche. Nos acompaña la Virgen. Por eso yo voy rezando el Rosario, y así hablo con los dos a la vez. No niego que hay semanas en que siento pereza antes de emprender el viaje. Pero tampoco puedo negar que, una vez arrancado el coche, no hay semana en que no pueda decir que lo he pasado muy bien. Me gusta ser el chófer de Cristo.
José-Fernando Rey Ballesteros
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