HOJA
PARROQUIAL
Parroquia de Sant Francesc de Borja
Email de la parroquia: sfb500@gmail.com
Domingo 5 de Junio de 2011.
ANCLAS DE ESPERANZA
Queridos hermanos:En tiempos de crisis se hace especialmente necesaria una espiritualidad de la esperanza que haga de nosotros, junto con Cristo, anclas de esperanza.
Decía el Papa Benedicto: “La esperanza cristiana, fundamentada en Cristo, no es un espejismo, sino que, como dice la carta a los Hebreos, "en ella tenemos como una ancla de nuestra alma" (Hb 6, 19), una ancla que penetra en el cielo, donde Cristo nos ha precedido. ¿Y qué es lo que más necesita el hombre de todos los tiempos, sino esto: una sólida ancla para su vida?”. (Benedicto XVI. 4-5-2008).
Una ancla es lo que da seguridad a un barco. Con ganchos metálicos para aferrarse a las rocas evita que el barco vaya a la deriva o naufrague. No se ve. Pero hará que el barco aguante las embestidas de la olas y los vientos.
Cristo, con su ascensión, ha introducido la humanidad en el cielo, en la Casa del Padre. Es la certeza de la victoria. Es como una ancla del barco de la humanidad colocada en el cielo.
El catecismo dice que “Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre". (nº 661). La certeza de llegar a puerto se disuelve. Pero Cristo es nuestra esperanza, nuestra ancla.
La tarea del cristiano es hacer presente la vida del cielo en la tierra, aportando en cada gesto y en cada palabra la certeza y seguridad del amor de Dios y el destino al que somos llamados. La ascensión de Cristo revela la grandeza y la dignidad de cada hombre: “Cristo sube al cielo con la humanidad que asumió y que resucitó de entre los muertos: esa humanidad es la nuestra, transfigurada, divinizada, hecha eterna. Por tanto, la Ascensión revela la "grandeza de la vocación" (Gaudium et spes, 22) de toda persona humana, llamada a la vida eterna en el reino de Dios, reino de amor, de luz y de paz. (Benedicto XVI. 21-5-2006).
La Iglesia tiene la misión de hacer presente la espiritualidad de la ascensión, espiritualidad de esperanza, certeza de llegada a la Casa del Padre, en nuestra travesía por las tempestades de este mundo.
Jesús, vuestro párroco
Conclusión del santo evangelio según san Mateo 28, 16‑20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
‑ «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Palabra del Señor.
ESPIRITUALIDAD CRISTIANA DE LA ASCENSIÓN.
La Ascensión es la “vuelta al Padre”, donde Jesús, “sentado a su derecha”, comienza una existencia nueva en plenitud de vida y de poder. Cristo, antes de venir al mundo, estaba junto a Dios Padre, como Hijo, Palabra, Sabiduría. Su exaltación consistió, pues, en el retorno al mundo celestial, de donde había venido, revistiéndose de nuevo de la gloria que tenía antes de la creación del mundo. “¿Qué quería decir “subió”, sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Éste que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo”. “Dios lo exaltó por encima de todo, y le dio el nombre sobre todo nombre” (Flp 2, 9). Resucitando y subiendo a los cielos, la gloria del Señor brilló en toda su esplendorosa magnificencia. La resurrección y ascensión del Señor coronaron la victoria sobre el diablo, siendo verdadero lo escrito: “¡Venció el León de la tribu de Judá! (Ap 5, 5)”. Resurrección y Ascensión constituyen “la plena glorificación de Cristo”, repite san Agustín. (Emiliano Jiménez Hernández)
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Una bendición fue el último gesto de Jesús en la tierra, según el Evangelio de San Lucas. Los Once han partido desde Galilea al monte que Jesús les había indicado, el monte de los Olivos, cercano a Jerusalén. Los discípulos, al ver de nuevo al Resucitado, le adoraron, se postraron ante Él como su Maestro y su Dios. Ahora son mucho más profundamente conscientes de los que ya, mucho tiempo antes, tenían en el corazón y habían confesado: que su Maestro era el Mesías. Están asombrados y llenos de alegría al ver que su Señor ha estado siempre tan cercano. Después de aquellos cuarenta días en su compañía podrán ser testigos de lo que han visto y oído; el Espíritu Santo los confirmará en las enseñanzas de Jesús, y les enseñará la verdad completa. (Fco. Fernández Carvajal)
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Los cristianos, mientras esperan este término, deben mantenerse unidos por la fe y los sacramentos con su Señor glorificado. Ya desde ahora resucitados y hasta sentados en los cielos con él (Ef 2,6) buscan «las cosas de arriba», pues su verdadera vida está «escondida con Cristo en Dios» (Col 3,1ss). Su ciudad se halla en los cielos (Flp 3,20), la casa celestial que los espera y de la que aspiran a revestirse (2Cor 5,1ss), no es sino el mismo Cristo glorioso (Flp 3.21), el «hombre celestial» (ICor 15,45-49). De ahí brota toda una espiritualidad de ascensión a base de esperanza, pues desde ahora hace vivir al cristiano en la realidad del mundo nuevo en que reina Cristo. Pero no por eso es arrancado del mundo antiguo, que todavía le retiene, sino, por el contrario, tiene misión y poder de vivir en él en forma nueva, que eleva a este mundo a la transformación de gloria a que Dios lo llama. (Leon Dufour. Vocabulario de Teología Bíblica)
"Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios" (Mc 16, 19). El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre. Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye sobre el Reino (cf. Hch 1, 3), su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria. La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9;; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16,19).
Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede "volver al Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino".
"Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí"(Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, "no [...] penetró en un Santuario hecho por mano de hombre [...], sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24). En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. "De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor"(Hb 7, 25). Como "Sumo Sacerdote de los bienes futuros"(Hb 9, 11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf. Ap 4, 6-11).
La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1, 11), aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Col 3, 3).
Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente.
Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.
Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede "volver al Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino".
"Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí"(Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, "no [...] penetró en un Santuario hecho por mano de hombre [...], sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24). En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. "De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor"(Hb 7, 25). Como "Sumo Sacerdote de los bienes futuros"(Hb 9, 11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf. Ap 4, 6-11).
La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1, 11), aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Col 3, 3).
Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente.
Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.
Siempre me ha parecido lógico y me ha llenado de alegría que la Santísima Humanidad de Jesucristo suba a la gloria del Padre, pero pienso también que esta tristeza, peculiar del día de la Ascensión, es una muestra del amor que sentimos por Jesús, Señor Nuestro. El, siendo perfecto Dios, se hizo hombre, perfecto hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y se separa de nosotros, para ir al Cielo. ¿Cómo no echarlo en falta?
La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura (Heb XIII, 14) ciudad inmutable.
Pensemos ahora en aquellos días que siguieron a la Ascensión, en espera de la Pentecostés. Los discípulos, llenos de fe por el triunfo de Cristo resucitado y anhelantes ante la promesa del Espíritu Santo, quieren sentirse unidos, y los encontramos con María, la madre de Jesús. La oración de los discípulos acompaña a la oración de María: era la oración de una familia unida.
La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura (Heb XIII, 14) ciudad inmutable.
Pensemos ahora en aquellos días que siguieron a la Ascensión, en espera de la Pentecostés. Los discípulos, llenos de fe por el triunfo de Cristo resucitado y anhelantes ante la promesa del Espíritu Santo, quieren sentirse unidos, y los encontramos con María, la madre de Jesús. La oración de los discípulos acompaña a la oración de María: era la oración de una familia unida.
(Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011).
También nosotros quisiéramos poder ver a Jesús, poder hablar con Él, sentir más intensamente aún su presencia. A muchos se les hace hoy difícil el acceso a Jesús. Para nosotros es posible tener un contacto sensible con Jesús. En los Sacramentos, Él se nos acerca en modo particular, se nos entrega. Queridos jóvenes, aprended a “ver”, a “encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está presente y cercano hasta entregarse como alimento para nuestro camino; en el Sacramento de la Penitencia, donde el Señor manifiesta su misericordia ofreciéndonos siempre su perdón.
Todos sabemos que el camino que emprendió Jesús le llevó hasta la cruz. Fue una consecuencia de su opción y estilo de vida. Jesús de Nazaret, poniéndose de parte de lo marginado y excluido por aquella sociedad religiosa, puso en evidencia y entró en conflicto directo con quienes provocaban aquella situación: el poder religioso, representado en los doctores de la Ley, los sacerdotes, los fariseos… Ellos fueron los que firmaron su sentencia de muerte. Es decir, los primeros que deberían haber reconocido su mesianidad. Sin embargo, fueron los últimos de aquella sociedad, los despreciados y rechazados, la gente sencilla y humilde, los que se encontraron con la Verdad profunda de Jesús de Nazaret.
1. El lunes 6 de junio a las 10 de la mañana se reunirá el Equipo de Pastoral de la Salud.
2. El mismo lunes a las 6 de la tarde el primer curso de comunión realizará el fin de curso en la Colegiata visitando a la Patrona de Gandía: la Virgen de los Desamparados.
3. Los cursillos prematrimoniales, que se realizan los lunes y los jueves, finalizan esta semana.
4. El mismo lunes tendrá lugar la tercera sesión del Itinerario Diocesano de Renovación en el lugar y a la hora acordados.
5. El martes 7 de junio a las 6 de la tarde el segundo curso de comunión realizará el fin de curso en la Iglesia del Palacio.
6. El jueves 9 de junio a las 17.30 h. será la reunión del Equipo de Cáritas en los locales.
7. El jueves 9 de junio será la reunión del Equipo de Liturgia a las 20.30 h.
8. El viernes 10 de junio a las 6 de la tarde será el fin de curso de Anatolé en la Parroquia de San José.
Donativos recibidos para los nuevos locales en la calle Ciudad de Laval:
Ingresados hasta el 27-5-2011: 45.903,66 €.
+ 60
Ingresados hasta el 3-6-2011: 45.963,66 €.
Colabore en la cuenta que la parroquia tiene en
Caixa Ontinyent, C/. Madrid 38:
2045-6028-12-0000095170
Del 6 al 12 de junio 2011
- Lunes 6. 19.30 h.: Sin intención.
- Martes 7. 19.30 h.: En sufragio de: Benigno Lara Tirado, Escolástica Tirado Almenara y Víctor Lara Castañeda.
- Miércoles 8. 19.30 h.: En sufragio de: Antonio Casanova.
- Jueves 9. 19.30 h.: Sin intención.
- Viernes 10. 19.30 h: Sin intención.
- Sábado 11. 19.30 h.: En sufragio de: Consuelo Canet Simó; Manolita Castellá Ruiz y Federico Gregori Femenía.
- 21.00 h.: En sufragio de:
- Domingo. Pascua de Pentecostés.
- 12.00 h. Pro Pópulo.
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