SINOPSIS
Pablo, sacerdote, sabía que iba a morir joven y deseaba hacerlo
en la montaña. Entregó su vida a Dios… y Dios aceptó la oferta.
Ahora dicen que está vivo.
Pablo era conocido y querido por un número incalculable de personas,
que han dejado constancia de ello después de su muerte.
LA ÚLTIMA CIMA muestra la huella profunda que puede dejar
un buen sacerdote, en las personas con las que se cruza.
Y provoca en el espectador un pregunta comprometedora:
en la montaña. Entregó su vida a Dios… y Dios aceptó la oferta.
Ahora dicen que está vivo.
Pablo era conocido y querido por un número incalculable de personas,
que han dejado constancia de ello después de su muerte.
LA ÚLTIMA CIMA muestra la huella profunda que puede dejar
un buen sacerdote, en las personas con las que se cruza.
Y provoca en el espectador un pregunta comprometedora:
¿también yo podría vivir así?
ENLACES
http://www.laultimacima.com/http://www.decine21.com/
http://www.albadigital.es/
http://www.forumlibertas.com/
Pablo Domínguez Prieto nació en Madrid el 3 de julio de 1966.
Se ordenó sacerdote a los 24 años.
Doctor en Filosofía y en Teología, publicó 7 libros y decenas de artículos, impartió más de 50 conferencias…
La última, doce días antes de morir, fue el detonante de este documental.
Dicen que era simpático y divertido hasta en las situaciones más graves. Que se le daba mal decir “yo”, porque siempre estaba pendiente de los demás. Que era guapo. Que no tenía miedo a la vida ni a la muerte. Que estaba enamorado de Dios y lo contagiaba. Que sus misas estaban hasta los topes, porque daba gusto oírle predicar. Que era cercano con todos, incluso con quien le insultara por la calle, de quien acababa siendo amigo.
Era buen montañero. Coronó todas las cimas españolas con más de 2.000 metros, cimas de Los Alpes con más de 4.000 metros, y otras mayores en América y Asia. Siempre que podía, celebraba misa en la cumbre.
Sacerdotes, monjas y gente de toda condición le pedían que predicara ejercicios espirituales, por todo el mundo. Y no sabía decir que no. Eso le llevó a un convento cisterciense en Tulebras (Navarra), en febrero de 2009. Les habló de la muerte, con alegría. Al día siguiente subió al Moncayo (2.300 metros), la última cima española que le quedaba por conquistar.
Las últimas palabras que dijo a su familia por teléfono, unos minutos antes de morir, fueron: “he llegado a la cima”.
Juan Manuel Cotelo
“Me negué a conocer a Pablo Domínguez… ¡pero le conocí! Doce días antes de su muerte. Luego me negué a hacer esta película… ¡pero la he hecho!
Es una constante en mi vida: pienso “no”, pero hago “sí”.
Está claro que necesito la ayuda de un profesional…
Pesé al nacer 4,400. Engordé hasta los 75 kg y ahí sigo. ¡comiendo de todo! Me encanta el parapente. Un día aterricé en un árbol y mi mujer dijo “se acabó”. Ahora juego al ping-pong.
Tras pasar por 5 universidades, como profe y alumno, sé cuál es mi escuela favorita: la vida misma. ¡Y es gratis!
Soy actor ¡de los “buenos”! ¡Aunque me encantaría hacer de “malo”! ¡Si los directores de casting me vieran cabreado! Me has podido ver en “Siete Vidas”, “Policías”, “Compañeros”, “Periodistas”, “Hospital Central”, “El Comisario”, “Aída”, “El Internado”, “Los Serrano”… He pasado por informativos, concursos, musicales, humor, teatro, cine… delante y detrás de las cámaras.
Pero hoy, el mejor resumen de mi vida es éste: “El reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca perlas finas y, habiendo dado con una de gran valor, vende todo cuanto tiene y la compra”. Ahora soy joyero y comparto mi tesoro a través de Infinito + 1.”
La Última Cima: "salí a la calle a preguntar; 8 de cada 10 me hablaban bien de los curas"
Este documental sobre la vida y muerte de un sacerdote de Madrid emociona y provoca a la vez
"He querido dar la cara por los curas", dice Juan Manuel Cotelo, padre de familia y director del documental "La última cima", que se estrena en los cines españoles el viernes 4 de junio. Se trata de un documental emocionante, con humor, profundidad y lágrimas. Es difícil no llorar, y sin embargo no es sensiblero, sino, simplemente, cercano y honesto.
Juan Manuel Cotelo aparece en su documental, haciendo preguntas que interpelan, aunque lo más provocativo es el proyecto en sí: hablar de la huella que dejó un sacerdote normal, de Madrid, Pablo Domínguez, muerto en 2009 en un accidente de montaña en el Moncayo.
"No era pederasta, ni homosexual, ni ladrón... ni siquiera misionero en la jungla, así que imaginad el reto, contar la historia de, simplemente, un cura bueno", explica. Un cura que impactó en mucha gente: al funeral de Dominguez, decano de filosofía en la Facultad de San Dámaso de Madrid, acudieron unas 3.000 personas y más de 20 obispos.
A Cotelo no le gusta usar la "voz en off". Se pone delante de la cámara y con toda sinceridad cuenta lo que le parece. Después coge la cámara y sale a la calle a preguntar a los viandantes. "Descubrí que 8 de cada 10 personas que pregunté tenía buena opinión de los curas, decían que era gente humilde, o muy espiritual, que les había hecho pensar; no es lo que suelen mostrar los medios". Luego hace otra pregunta: "¿cuánto tiempo de tu vida has dedicado a hablar con un cura?" El mismo Cotelo admite que "ni siquiera sé como se llama mi párroco, de verdad, y desde aquí ahora mismo le pido perdón; deberíamos conocer a nuestros sacerdotes".
El cineasta no quería hacer el documental sobre Pablo Domínguez, pero a medida que iba conociendo gente tocada por el sacerdote admitió que "aquí había una historia que contar". "Me hubiera encantado encontrar algo malo en Pablo, lo habría incluído en el documental, pero es que no lo hay. Su confesor me dijo que, simplemente, era alguien buenísimo, con un alma de niño", afirma durante la presentación del filme.
El documental tiene un inicio "interactivo", con Cotelo abriendo interrogantes, ágil, rompedor... pero pronto el cineasta se echa a un lado a medida que el verdadero protagonista, el padre Pablo Domínguez, va cobrando vida a través de los testimonios de sus amigos, parientes, alumnos, la gente que le trató y le conoció. Emocionan las historias de gente ayudada por él. María de Bonilla, por ejemplo, es una joven madre a quien acompañó cuando gestó un bebé con graves enfermedades, que se sabía moriría al poco de nacer. Pablo estuvo allí, siempre con ella.
Hablan además tres obispos: el cardenal Cañizares (que fue quien se fijó en él para dar clases en San Dámaso), don Demetrio, el obispo de Córdoba, buen amigo y compañero intelectual de Domínguez, y Jesús Sanz, arzobispo de Oviedo.
Sanz, que durante años ha sido el obispo de las montañosas Huesca y Jaca, afirma, filmado a gran altura: "hay que ser sacerdote y amar la montaña para entender lo que significa hacer misa en ella", afirma. Cotelo, que comparte este amor por la montaña -y se nota en los preciosos paisajes del documental- lo entiende. "Yo y mucha gente que ama la montaña puede comprender que no hay mejor sitio para morir que en ella", explica.
Pablo subió al Moncayo, la última cima que le quedaba por coronar en la Península, acompañado de una amiga. Hay fotos de minutos antes de su muerte, y aparecen en el documental. Una vida de gran belleza se ve coronada con una muerte hermosa.
Si toda la primera mitad de la película puede ser una herramienta muy útil en cualquier pastoral vocacional (es difícil no querer hacerse cura viendo esta obra y la vida de Pablo) la segunda mitad, que trata de la muerte, ya ha demostrado su eficacia ayudando a gente, creyente o no, que ha afrontado la muerte de un ser cercano. En una cultura en que la muerte es un tabú del que no se habla, esta película se acerca a ella con belleza. Es esa belleza, ligada a la verdad, a lo real, a lo vivido... esa belleza que, decía Dostoievsky, salvará al mundo. En definitiva, se trata de una película donde lo cotidiano se convierte en épico. Hay que verla.
Entrevista en ALBA
02/05/2010 | Gonzalo Altozano
Cotelo está casado y tiene tres hijas.
Es actor, guionista y director de cine y televisión, triple actividad que resume en un título: contador de historias. Y añade: que merezcan la pena ser contadas. Eso hacen en Infinito + 1, la productora que dirige. Ultiman el lanzamiento de La última cima, un largometraje sobre la vida y muerte del sacerdote Pablo Domínguez (los que han visto la cinta dicen que sanará corazones). Y trabajan en Conversos, documental con testimonios de personas que estuvieron lejos de Dios y ahora le tutean, con total confianza.
-La confianza en Él ¿es necesaria?
-¿Un coche necesita gasolina para andar? Si va cuesta abajo, no. Ahora, como le toque subir una cuesta… El combustible es Cristo. O mejor: la medicina, que llega a nosotros a través de los sacramentos.
-Si Cristo es el médico, ¿qué es la Iglesia?
-Un hospital enorme lleno de gente herida, enferma. Algunos pacientes tienen buen aspecto, pero es por la medicina. El día que dejen de tomarla…
-No es la metáfora más atractiva.
-Es Cristo quien dice que ha venido a buscar a los enfermos, no a los sanos. Quien entre en la Iglesia esperando encontrar un parque de atracciones lleno de gente estupenda se llevará un chasco.
-Lo decía por las salas de operaciones.
-Pero Dios no te va a operar si no quieres. Jamás te obligará a quererle. Es capaz de separar las aguas del mar Rojo, pero no abrirá las puertas de tu corazón si no se lo permites. Es el misterio de la libertad. Esto se comprende bien cuando se es padre.
-Usted lo es de tres hijas.
-¿Y qué espero de ellas? ¿Que me obedezcan? No, que me amen. Si cumplen mis órdenes pero no me aman, nada tengo. Sólo me cabría suplicarles amor, como un mendigo. Lo mismo Dios con nosotros.
-Abrirle el corazón ¿cuesta?
-A veces basta un “no sé si estás ahí” para que entre de lleno. Es como un embalse rebosante de agua: se abre una fisura en el hormigón y todo queda inundado.
-¿Hay corazones de hormigón?
-Ahí tenemos el de san Pablo, de quien las Escrituras dicen que “respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor”. Y va Dios y lo convierte en su apóstol. Suena a herejía, pero a Él le caen bien los pecadores. Es maravilloso.
-¿Por qué?
-Porque significa que su mensaje es para todo quisque, incluso para los que le odian. Por eso el Evangelio hay que contarlo como una historia de amor.
-¿Y se cuenta así?
-A veces nos portamos como al que le toca la lotería y, en vez de alegrarse, empieza a pensar en que tiene que ir al banco a ingresar el dinero, y en que al director de la sucursal le huele el aliento, y en que Hacienda se va a llevar la mitad, y en que la gente le va a decir que invite a algo…
-Conclusión.
-Pasamos de complicarnos la vida, preferimos quedarnos como estamos y convertimos el Evangelio en una mala noticia.
-En su trabajo se ha propuesto lo contrario.
-Es curioso, pensaba que los trabajos relacionados con la fe no interesaban a nadie. Hasta que me encargaron un documental sobre mártires e hice un doble descubrimiento.
-¿Cuál?
-Que la ignorancia me hizo decir que estos temas no son interesantes y que tenía complejos a la hora de hablar de mi fe.
-¿En qué consistían?
-En presentar la fe como algo para gente afortunada. O sea, para nosotros, sí; para los no creyentes, no. Hasta que descubres que es un regalo para todos.
-Entonces…
-Se acaban los respetos humanos, te entran ganas de contárselo a todo el mundo. Es como si a alguien a quien quieres le encanta el dulce y tú tienes un pastel enorme. ¿Vas a dejar de ofrecerle un pedazo?
-Habrá que envolverlo bien.
-El público al que queremos llegar lo forman, principalmente, personas que jamás han oído una versión amable de la fe. Fíjese, conmigo trabaja gente que no practica. Pues bien, si no entienden algo, se quita.
* Entrevista íntegra en el número 275 del semanario, desde el 30 de abril en los quioscos
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