HOJA
PARROQUIAL
Parroquia de Sant Francesc de Borja
Domingo 11 de Septiembre de 2016
Queridos hermanos:
El evangelio de este domingo presenta tres parábolas y entre ellas la parábola-insignia del Año de la Misericordia. La escuchábamos también el pasado 4º domingo de Cuaresma.
En la reciente canonización de la Madre Teresa de Calcuta el Papa Francisco decía que a Dios le agrada “toda obra de misericordia, porque en el hermano que ayudamos reconocemos el rostro de Dios que nadie puede ver (cf. Jn 1,18).” Y decía también que “la vida cristiana no es una simple ayuda que se presta en un momento de necesidad.”, “por el contrario, el compromiso que el Señor pide es el de una vocación a la caridad con la que cada discípulo de Cristo lo sirve con su propia vida, para crecer cada día en el amor.” (Francisco. Homilía Misa canonización Madre Teresa de Calcuta. 4-9-2016).
Vocación a la Caridad es la vocación de cada discípulo de Cristo. Vocación a ser misericordiosos como el Padre de la parábola. Jesucristo es el fiel reflejo de esta misericordia del Padre que cuando el hijo menor estaba todavía lejos lo ve, se le conmueven las entrañas, echa a correr, se abraza al cuello del hijo, lo cubre de besos, sin dejarle acabar su poco esperanzada confesión, manda a sus criados sacar la mejor túnica, el anillo, las sandalias, y celebrar un banquete donde será sacrificado un ternero. La respuesta del Padre al pecado del hijo menor es devolverle la dignidad de hijo y la misericordia celebrada, gozosa misericordia que resucita al muerto y recupera al perdido.
No menos importante es la prisa que tiene el Padre de devolver la dignidad de hermano al que la había perdido. El hermano mayor estaba avergonzado del hermano menor y acaba por avergonzarse del Padre por montar una fiesta para “ese hijo tuyo”. No lo llama hermano. Tampoco aparece en sus labios la palabra “Padre”. En cambio el Padre se apresura a llamarlo “hijo”: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo”. Lo invita a entrar en la “lógica de la misericordia” que está en la alegría de recuperar al perdido y resucitar al muerto: “era preciso celebrar un banquete y alegrarse”. Y la alegría más grande, que el hermano mayor recupere a su hermano menor: “este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Si vemos en la Parábola los hermanos no hablan entre sí. Están lejos el uno del otro. “La alegría más grande para el padre es ver que sus hijos se reconocen hermanos.” (Francisco. Audiencia. 11-mayo-2016).
El Padre se apresura a cada hijo para que sea misericordioso como Él con su hermano. Dejemos que el Padre nos abrace, nos introduzca en la gozosa fiesta de la misericordia en el corazón conmovido de su Hijo y nos impulse a ver en el otro un hermano al que aproximarse y amar como el Padre.
Jesús, vuestro párroco
+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 1-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: "¡Alegraos, conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido". Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido".
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros".
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad enseguida el mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebramos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado".
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud".
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tu bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado".
El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado"».
Palabra del Señor
“Queremos reflexionar hoy sobre la parábola del Padre misericordioso. Ella habla de un padre y de sus dos hijos, y nos hace conocer la misericordia infinita de Dios.
Partamos desde el final, es decir de la alegría del corazón del Padre, que dice: «Celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado» (vv. 23-24). Con estas palabras el padre interrumpió al hijo menor en el momento en el que estaba confesando su culpa: «Ya no merezco ser llamado hijo tuyo...» (v. 19). Pero esta expresión es insoportable para el corazón del padre, que, en cambio, se apresura a restituir al hijo los signos de su dignidad: el mejor vestido, el anillo y las sandalias. Jesús no describe a un padre ofendido y resentido, un padre que, por ejemplo, dice al hijo: «Me la pagarás»: no, el padre lo abraza, lo espera con amor. Al contrario, lo único que le interesa al padre es que este hijo esté ante él sano y salvo, y esto lo hace feliz y por eso celebra una fiesta. La acogida del hijo que regresa se describe de un modo conmovedor: «Estaba él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó» (v. 20). Cuánta ternura; lo vio cuando él estaba todavía lejos: ¿qué significa esto? Que el padre subía a la terraza continuamente para mirar el camino y ver si el hijo regresaba; ese hijo que había hecho de todo, pero el padre lo esperaba. ¡Cuán bonita es la ternura del padre! La misericordia del padre es desbordante, incondicional, y se manifiesta incluso antes de que el hijo hable. Cierto, el hijo sabe que se ha equivocado y lo reconoce: «He pecado... trátame como a uno de tus jornaleros» (v. 19). Pero estas palabras se disuelven ante el perdón del padre. El abrazo y el beso de su papá le hacen comprender que siempre ha sido considerado hijo, a pesar de todo. Es importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de hijos de Dios es fruto del amor del corazón del Padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y, por lo tanto, nadie nos la puede quitar, ni siquiera el diablo. Nadie puede quitarnos esta dignidad.
Esta palabra de Jesús nos alienta a no desesperar jamás. Pienso en las madres y en los padres preocupados cuando ven a los hijos alejarse siguiendo caminos peligrosos. Pienso en los párrocos y catequistas que a veces se preguntan si su trabajo ha sido en vano. Pero pienso también en quien se encuentra en la cárcel, y le parece que su vida se haya acabado; en quienes han hecho elecciones equivocadas y no logran mirar hacia el futuro; en todos aquellos que tienen hambre de misericordia y de perdón y creen no merecerlo... En cualquier situación de la vida, no debo olvidar que no dejaré nunca de ser hijo de Dios, ser hijo de un Padre que me ama y espera mi regreso. Incluso en la situación más fea de la vida, Dios me espera, Dios quiere abrazarme, Dios me espera.
En la parábola hay otro hijo, el mayor; también él necesita descubrir la misericordia del padre. Él ha estado siempre en casa, ¡pero es tan distinto del padre! A sus palabras le falta ternura: «Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya... y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo...» (vv. 29-30). Vemos el desprecio: no dice nunca «padre», no dice nunca «hermano», piensa sólo en sí mismo, hace alarde de haber permanecido siempre junto al padre y de haberlo servido; sin embargo, nunca ha vivido con alegría esta cercanía. Y ahora acusa al padre de no haberle dado nunca un cabrito para tener una fiesta. ¡Pobre padre! Un hijo se había marchado, y el otro nunca había sido verdaderamente cercano. El sufrimiento del padre es como el sufrimiento de Dios, el sufrimiento de Jesús cuando nosotros nos alejamos o porque nos marchamos lejos o porque estamos cerca sin ser cercanos.
El hijo mayor, también él necesita misericordia. Los justos, los que se creen justos, también ellos necesitan misericordia. Este hijo nos representa a nosotros cuando nos preguntamos si vale la pena hacer tanto si luego no recibimos nada a cambio. Jesús nos recuerda que en la casa del Padre no se permanece para tener un compensación, sino porque se tiene la dignidad de hijos corresponsables. No se trata de «trocar» con Dios, sino de permanecer en el seguimiento de Jesús que se entregó en la cruz sin medida.
«Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse» (v. 31). Así dice el Padre al hijo mayor. Su lógica es la de la misericordia. El hijo menor pensaba que se merecía un castigo por sus pecados, el hijo mayor se esperaba una recompensa por sus servicios. Los dos hermanos no hablan entre ellos, viven historias diferentes, pero ambos razonan según una lógica ajena a Jesús: si hacen el bien recibes un premio, si obras mal eres castigado; y esta no es la lógica de Jesús, ¡no lo es! Esta lógica se ve alterada por las palabras del padre: «Convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado» (v. 31). El padre recuperó al hijo perdido, y ahora puede también restituirlo a su hermano. Sin el menor, incluso el hijo mayor deja de ser un «hermano». La alegría más grande para el padre es ver que sus hijos se reconocen hermanos.
(…) Este Evangelio nos enseña que todos necesitamos entrar en la casa del Padre y participar en su alegría, en su fiesta de la misericordia y de la fraternidad. Hermanos y hermanas, ¡abramos nuestro corazón, para ser «misericordiosos como el Padre»! (Francisco. Audiencia. 11-mayo-2016).
Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena del buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios! Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.
(Extracto oración del Año de la misericordia)
Monseñor Salinas, de 68 años y natural de Valencia, era hasta ahora obispo de Mallorca, y será el tercer obispo auxiliar de la archidiócesis valentina, junto a monseñor Esteban Escudero y monseñor Arturo Ros, que recibió la ordenación episcopal el pasado sábado.
El prelado nació en Valencia el 23 de enero de 1948. Cursó estudios eclesiásticos en el Seminario valenciano, recibiendo la ordenación sacerdotal el 23 de junio de 1974. Es Doctor en Catequesis por la Pontificia Universidad Salesiana de Roma. Su ministerio sacerdotal lo inició en la Parroquia de San Jaime de Moncada, de donde fue coadjutor entre 1974 y 1976. Este último año fue nombrado superior del Seminario Menor de Valencia, cargo que desempeñó hasta 1977, cuando fue nombrado consiliario diocesano del Movimiento Junior. Tras su estancia en Roma, que se desarrolló entre 1979 y 1982, volvió a Valencia como delegado episcopal de Catequesis, de 1982 a 1992; fue capellán y director espiritual en el Real Colegio Seminario Corpus Christi de Valencia, de 1987 a 1992; y Vicario Episcopal, de 1990 hasta 1992 cuando fue nombrado por el papa San Juan Pablo II Obispo de Ibiza, sede de la que estuvo al frente hasta 1997, cuando fue promovido a la diócesis de Tortosa. El 16 de noviembre de 2012 fue nombrado por el papa Benedicto XVI Obispo de Mallorca.
En la Conferencia Episcopal Española ha sido presidente de la Subcomisión Episcopal de Catequesis desde 1999 hasta marzo de 2014, cuando fue elegido presidente de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar. El 23 de octubre de 2012 la Santa Sede le nombró miembro del Consejo Internacional para la Catequesis (COINCAT), organismo consultivo vinculado a la Congregación para el Clero.
1. El lunes 12 de septiembre a las 22.00 h. se reunirá el Equipo de catequistas de adultos de la parroquia.
2. El martes 13 se reunirá a las 17.00 h. la coordinadora de catequistas de infancia.
3. El miércoles 14 se reunirá a las 17.00 h. el Equipo de catequistas de infancia y a las 20.30 h. el Equipo de Liturgia y el grupo de oración.
4. El jueves 15 a las 18.00 h. se reunirá el Equipo de Catequistas de Anatolé (Postcomunión) y el viernes 16 a las 21.30 h. el de zarza Ardiente (Confirmación).
5. ORDENACIÓN DE DIÁCONO: JUAN CARLOS PICORNELL. Juan Carlos, de 38 años, es religioso, cooperador de la Verdad de la Madre de Dios. Será ordenado, Dios mediante, el sábado 24 de septiembre a las 1.00 h. en la Iglesia del Seminario Mayor diocesano de Moncada. Ese día se ordenarán otros 5 diáconos y 1 presbítero. Os invitamos a rezar por esta intención.
6. NUEVO SACERDOTE ADSCRITO EN LA PARROQUIA: Se trata de Jhon Emir Dugarte, Nacido en el Morro, estado de Merida (Venezuela) el 19 de noviembre de 1984, sacerdote desde el 27 de noviembre de 2010. Viene a estudiar en el Instituto Juan Pablo II de nuestra diócesis. En breve le presentaremos en la parroquia.
7. ANTEPROYECTO DIOCESANO.
“Con el Anteproyecto de Plan que ahora ofrezco a todos y que ha sido elaborado con la participación de los diferentes sectores del Pueblo de Dios que peregrina en Valencia, tratamos de responder a nuestra misión como Iglesia en esta hora del mundo y formular orientaciones y líneas de acción pastorales adecuadas a las condiciones concretas de nuestra Diócesis y de sus comunidades. (…) A todos invito a que colaboremos a elaborar este Plan, a partir del presente Anteproyecto, con sencillez y apertura de corazón; a que con espíritu humilde y de colaboración eclesial nos aprestemos después a llevarlo cabo, si es que es esto lo que el “Espíritu dice a nuestra Iglesia” que está en Valencia.” (D. Antonio, Arzobispo Cardenal de Valencia. Carta de presentación del Anteproyecto Diocesano de Pastoral Evangelizadora)
Del 12 al 18 de septiembre de 2016
Lunes 12. Santísimo Nombre de María. 19.30 h.: Sin intención.
Martes 13. San Juan Crisóstomo. 19.30 h.: Sin intención.
Miércoles 14. Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. 19.30 h.: Sin intención.
Jueves 15. Nuestra Señora de los Dolores. 19.30 h.: Sin intención.
Viernes 16. Santos Cornelio, Papa y Cipriano, Obispo, mártires. 19.30 h.: En sufragio de: Rvdo. D. Jesús José Novell Carbó; Rvdo. Luis Alemany Alemany.
Sábado 17. Por la mañana: San Roberto Belarmino. Por la tarde:
Domingo XXV del T.O. 19.30 h.: Sin intención. 21.00 h.: Sin intención. Domingo 18. XXV del T.O. 11.00 h.: Pro Pópulo. 19.30 h.: Sin intención.
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