HOJA
PARROQUIAL
Parroquia de Sant Francesc de Borja
Email de la parroquia: sfb500@gmail.com
Domingo 1 de Septiembre de 2013
Queridos hermanos:
El Evangelio de este domingo nos presenta tres momentos distintos: la entrada de Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer. En esa entrada Jesús cura en sábado a un hombre aquejado de hidropesía. Esta escena no aparece en el evangelio de este domingo por razones de brevedad. En segundo lugar la elección de los puestos en el convite. En tercer lugar la elección de las personas a las que invitar al convite.
Todo esto unido a dos miradas muy distintas: la de los fariseos que espían a Jesús. La de Jesús que observa en el convite lo que pasa en la realidad de la vida: la búsqueda del primer puesto y la exclusión de los marginados. El camino de salida de esta situación: la humildad “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» Y la bienaventuranza: “dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Dios es humilde. En todo lo que hace, en la creación y en la historia de la salvación, ha ido revelando su humildad. Es el modo de actuar de Dios. Es el modo de actuar del Hijo de Dios, desde la encarnación, su nacimiento, su vida oculta en Egipto y Nazaret, su ministerio público, su pasión y muerte. Y tras su resurrección, por medio del humilde Espíritu Santo, sigue manifestándose a los humildes, a los pobres, a los que buscan con sincero corazón a los que invita a su banquete. Invita a personas con diversas pobrezas o limitaciones (lisiados, cojos, ciegos...).
Ciertamente, es verdad que el hombre es pobre, pues nace desnudo y se va sin nada. Y es limitado por circunstancias o pecados propios o ajenos. En el camino de su vida debe descubrir esta gran verdad. También es verdad que el hombre es un invitado a un banquete que Dios ha preparado para los pobres. “No sólo ha sido llamado a la existencia como todas las demás criaturas del mundo visible, sino que desde el primer momento de su existencia y para todo el tiempo de su vida terrena, ha sido invitado; invitado a un “banquete”, o sea, a la intimidad y comunión con el mismo Dios, más allá del ámbito de esta existencia terrena”. (Bto. Juan Pablo II. Ángelus 31-VIII-1980). Si así hemos sido amados, siendo invitados en nuestras pobrezas y limitaciones, acerquémonos a la bienaventuranza de amar así a nuestros hermanos sin esperar paga. Si el Reino de Dios es de los pobres, serán ellos los que nos acojan en el cielo.
El Evangelio de este domingo nos presenta tres momentos distintos: la entrada de Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer. En esa entrada Jesús cura en sábado a un hombre aquejado de hidropesía. Esta escena no aparece en el evangelio de este domingo por razones de brevedad. En segundo lugar la elección de los puestos en el convite. En tercer lugar la elección de las personas a las que invitar al convite.
Todo esto unido a dos miradas muy distintas: la de los fariseos que espían a Jesús. La de Jesús que observa en el convite lo que pasa en la realidad de la vida: la búsqueda del primer puesto y la exclusión de los marginados. El camino de salida de esta situación: la humildad “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» Y la bienaventuranza: “dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Dios es humilde. En todo lo que hace, en la creación y en la historia de la salvación, ha ido revelando su humildad. Es el modo de actuar de Dios. Es el modo de actuar del Hijo de Dios, desde la encarnación, su nacimiento, su vida oculta en Egipto y Nazaret, su ministerio público, su pasión y muerte. Y tras su resurrección, por medio del humilde Espíritu Santo, sigue manifestándose a los humildes, a los pobres, a los que buscan con sincero corazón a los que invita a su banquete. Invita a personas con diversas pobrezas o limitaciones (lisiados, cojos, ciegos...).
Ciertamente, es verdad que el hombre es pobre, pues nace desnudo y se va sin nada. Y es limitado por circunstancias o pecados propios o ajenos. En el camino de su vida debe descubrir esta gran verdad. También es verdad que el hombre es un invitado a un banquete que Dios ha preparado para los pobres. “No sólo ha sido llamado a la existencia como todas las demás criaturas del mundo visible, sino que desde el primer momento de su existencia y para todo el tiempo de su vida terrena, ha sido invitado; invitado a un “banquete”, o sea, a la intimidad y comunión con el mismo Dios, más allá del ámbito de esta existencia terrena”. (Bto. Juan Pablo II. Ángelus 31-VIII-1980). Si así hemos sido amados, siendo invitados en nuestras pobrezas y limitaciones, acerquémonos a la bienaventuranza de amar así a nuestros hermanos sin esperar paga. Si el Reino de Dios es de los pobres, serán ellos los que nos acojan en el cielo.
Jesús, vuestro párroco
+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 14, 1. 7-14
Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
— «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste.”
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba.” Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Y dijo al que lo había invitado:
— «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Esta invitación es decisiva por lo que respecta a la dimensión cabal de la vida humana.
Al aceptar el hecho de ser “invitado”, el hombre vuelve a encontrar la verdad plena sobre sí. Y descubre asimismo su puesto justo entre los demás hombres. En esto consiste el significado fundamental de la humildad de que habla Cristo en el Evangelio de hoy, cuando recomienda a los invitados a la “boda” que no ocupen el primer puesto, sino el último, en espera del puesto definitivo que les señalará el amo. "En esta parábola está oculto un principio fundamental, o sea, que para descubrir que ser hombre significa ser invitado, es necesario dejarse guiar por la humildad. El juicio desatinado sobre sí mismo ofusca en el hombre lo que está inscrito profundamente en su humildad, es decir el misterio de la invitación que viene de Dios. En la oración que rezaremos dentro de poco se repetirán las palabras de María de Nazaret: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum”. Que estas palabras nos ayuden siempre a volver a descubrir continuamente esta verdad que cada uno de nosotros está “invitado” en Jesucristo. Y nos ayuden a responder a esta invitación que nos hace Dios, en la que se sintetiza la justa dignidad del hombre”. (Bto. Juan Pablo II. Ángelus 31-VIII-1980)
“¡Salve, reina sabiduría!, el Señor te salve con tu hermana la santa pura sencillez. ¡Señora santa pobreza!, el Señor te salve con tu hermana la santa humildad. ¡Señora santa caridad!, el Señor te salve con tu hermana la santa obediencia. ¡Santísimas virtudes!, a todas os salve el Señor, de quien venís y procedéis.
No hay absolutamente ningún hombre en el mundo entero que pueda tener una de vosotras si antes él no muere. El que tiene una y no ofende a las otras, las tiene todas. Y el que ofende a una, no tiene ninguna y a todas ofende (cf. Sant 2,10). Y cada una confunde a los vicios y pecados.
La santa sabiduría confunde a Satanás y todas sus malicias. La pura santa sencillez confunde a toda la sabiduría de este mundo (cf. 1 Cor 2,6) y a la sabiduría del cuerpo. La santa pobreza confunde a la codicia y avaricia y cuidados de este siglo. La santa humildad confunde a la soberbia y a todos los hombres que hay en el mundo, e igualmente a todas las cosas que hay en el mundo. La santa caridad confunde a todas las tentaciones diabólicas y carnales y a todos los temores carnales (cf. 1 Jn 4, 18). La santa obediencia confunde a todas las voluntades corporales y carnales, y tiene mortificado su cuerpo para obedecer al espíritu y para obedecer a su hermano, y está sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el mundo, y no únicamente a solos los hombres, sino también a todas las bestias y fieras, para que puedan hacer de él todo lo que quieran, en la medida en que les fuere dado desde arriba por el Señor (cf. Jn 19,11). (San Francisco de Asís. Saludo a las Virtudes).
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“Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). El siervo de Dios no puede conocer cuánta paciencia y humildad tiene en sí, mientras todo le suceda a su satisfacción. Pero cuando venga el tiempo en que aquellos que deberían causarle satisfacción, le hagan lo contrario, cuanta paciencia y humildad tenga entonces, tanta tiene y no más”. (San Francisco de Asís. Admoniciones, 13,1-2).
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“No hay humildad tan grande como la de Cristo, quien siendo Dios quiso hacerse hombre, siendo Señor quiso tomar la condición de esclavo sometiéndose incluso a la muerte, según se dice en Flp 2, y llegó a bajar al infierno. Por eso mereció ser ensalzado hasta el cielo, hasta el solio de Dios, porque el camino al encumbramiento es la humildad: "El que se humilla será enaltecido" (Lc 14,11). (Santo Tomás de Aquino. Escritos catequísticos. Cap. 6).
Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
— «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste.”
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba.” Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Y dijo al que lo había invitado:
— «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
LA HUMILDAD
2546 "Bienaventurados los pobres en el espíritu" (Mt 5,3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres de quienes es ya el Reino (Lc 6,20):
El Verbo llama "pobreza en el Espíritu" a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el Apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: "Se hizo pobre por nosotros" (2 Co 8,9) (S. Gregorio de Nisa, beat, 1).
2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes (Lc 6,24). "El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los Cielos" (S. Agustín, serm. Dom. 1,1). El abandono en la Providencia del Padre del Cielo libera de la inquietud por el mañana (cf Mt 6,25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.
LA ORACIÓN CAMINO DE HUMILDAD
2559 "La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes" (San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9).
2631 La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1 Jn 3, 22).
LA ADORACIÓN, CAMINO DE HUMILDAD
2097 Adorar a Dios es reconocer, en el respeto y la sumisión absoluta, la "nada de la criatura", que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1,46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.
2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
Cada hombre es un invitado
“La liturgia de hoy -y sobre todo el Evangelio- nos dice a cada uno, a cada hombre, que es “invitado”. A lo largo de la historia se ha tratado de distintos modos -y se trata actualmente- de expresar la verdad sobre el hombre, y de una respuesta a esta pregunta: ¿Quién es el hombre? Cristo llama al hombre “el invitado” y lo manifiesta directamente en algunas parábolas e indirectamente en todo el Evangelio. El hombre es un “invitado” por Dios. No sólo ha sido llamado a la existencia como todas las demás criaturas del mundo visible, sino que desde el primer momento de su existencia y para todo el tiempo de su vida terrena, ha sido invitado; invitado a un “banquete”, o sea, a la intimidad y comunión con el mismo Dios, más allá del ámbito de esta existencia terrena. Esta invitación es decisiva por lo que respecta a la dimensión cabal de la vida humana.
Al aceptar el hecho de ser “invitado”, el hombre vuelve a encontrar la verdad plena sobre sí. Y descubre asimismo su puesto justo entre los demás hombres. En esto consiste el significado fundamental de la humildad de que habla Cristo en el Evangelio de hoy, cuando recomienda a los invitados a la “boda” que no ocupen el primer puesto, sino el último, en espera del puesto definitivo que les señalará el amo. "En esta parábola está oculto un principio fundamental, o sea, que para descubrir que ser hombre significa ser invitado, es necesario dejarse guiar por la humildad. El juicio desatinado sobre sí mismo ofusca en el hombre lo que está inscrito profundamente en su humildad, es decir el misterio de la invitación que viene de Dios. En la oración que rezaremos dentro de poco se repetirán las palabras de María de Nazaret: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum”. Que estas palabras nos ayuden siempre a volver a descubrir continuamente esta verdad que cada uno de nosotros está “invitado” en Jesucristo. Y nos ayuden a responder a esta invitación que nos hace Dios, en la que se sintetiza la justa dignidad del hombre”. (Bto. Juan Pablo II. Ángelus 31-VIII-1980)
SEGUIR EL CAMINO DE LA HUMILDAD
"Cuanto más grande seas, tanto más debes humillarte, y ante el Señor hallarás gracia, pues grande es el poderío del Señor, y por los humildes es glorificado", nos dice el pasaje del Sirácida ( Si 3, 18-20); y Jesús, en el evangelio, después de la parábola de los invitados a las bodas, concluye: "Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado" ( Lc 14, 11). Esta perspectiva que nos indican las Escrituras choca fuertemente hoy con la cultura y la sensibilidad del hombre contemporáneo. Al humilde se le considera un abandonista, un derrotado, uno que no tiene nada que decir al mundo. Y, en cambio, este es el camino real, y no sólo porque la humildad es una gran virtud humana, sino, en primer lugar, porque constituye el modo de actuar de Dios mismo. Es el camino que eligió Cristo, el mediador de la nueva Alianza, el cual, "actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" ( Flp 2, 8). Queridos jóvenes, (…) no sigáis el camino del orgullo, sino el de la humildad. Id contra corriente: no escuchéis las voces interesadas y persuasivas que hoy, desde muchas partes, proponen modelos de vida marcados por la arrogancia y la violencia, por la prepotencia y el éxito a toda costa, por el aparecer y el tener, en detrimento del ser. (…) el camino de la humildad no es un camino de renuncia, sino de valentía. No es resultado de una derrota, sino de una victoria del amor sobre el egoísmo y de la gracia sobre el pecado. Siguiendo a Cristo e imitando a María, debemos tener la valentía de la humildad; debemos encomendarnos humildemente al Señor, porque sólo así podremos llegar a ser instrumentos dóciles en sus manos, y le permitiremos hacer en nosotros grandes cosas. En María y en los santos el Señor obró grandes prodigios”. (Benedicto XVI. Homilía 2-9-2007).“¡Salve, reina sabiduría!, el Señor te salve con tu hermana la santa pura sencillez. ¡Señora santa pobreza!, el Señor te salve con tu hermana la santa humildad. ¡Señora santa caridad!, el Señor te salve con tu hermana la santa obediencia. ¡Santísimas virtudes!, a todas os salve el Señor, de quien venís y procedéis.
No hay absolutamente ningún hombre en el mundo entero que pueda tener una de vosotras si antes él no muere. El que tiene una y no ofende a las otras, las tiene todas. Y el que ofende a una, no tiene ninguna y a todas ofende (cf. Sant 2,10). Y cada una confunde a los vicios y pecados.
La santa sabiduría confunde a Satanás y todas sus malicias. La pura santa sencillez confunde a toda la sabiduría de este mundo (cf. 1 Cor 2,6) y a la sabiduría del cuerpo. La santa pobreza confunde a la codicia y avaricia y cuidados de este siglo. La santa humildad confunde a la soberbia y a todos los hombres que hay en el mundo, e igualmente a todas las cosas que hay en el mundo. La santa caridad confunde a todas las tentaciones diabólicas y carnales y a todos los temores carnales (cf. 1 Jn 4, 18). La santa obediencia confunde a todas las voluntades corporales y carnales, y tiene mortificado su cuerpo para obedecer al espíritu y para obedecer a su hermano, y está sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el mundo, y no únicamente a solos los hombres, sino también a todas las bestias y fieras, para que puedan hacer de él todo lo que quieran, en la medida en que les fuere dado desde arriba por el Señor (cf. Jn 19,11). (San Francisco de Asís. Saludo a las Virtudes).
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“Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). El siervo de Dios no puede conocer cuánta paciencia y humildad tiene en sí, mientras todo le suceda a su satisfacción. Pero cuando venga el tiempo en que aquellos que deberían causarle satisfacción, le hagan lo contrario, cuanta paciencia y humildad tenga entonces, tanta tiene y no más”. (San Francisco de Asís. Admoniciones, 13,1-2).
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“No hay humildad tan grande como la de Cristo, quien siendo Dios quiso hacerse hombre, siendo Señor quiso tomar la condición de esclavo sometiéndose incluso a la muerte, según se dice en Flp 2, y llegó a bajar al infierno. Por eso mereció ser ensalzado hasta el cielo, hasta el solio de Dios, porque el camino al encumbramiento es la humildad: "El que se humilla será enaltecido" (Lc 14,11). (Santo Tomás de Aquino. Escritos catequísticos. Cap. 6).
Señor Jesús, que nos has mostrado el camino de la verdadera humanidad al hacerte pobre por nosotros, en la humildad de la encarnación, del nacimiento en el seno de una familia pobre y en la pobreza del establo, de la precariedad de una familia que tiene que emigrar a Egipto y vivir más tarde la sencillez de la vida ordinaria en el silencio y el trabajo de Nazaret;
Señor Jesús, que nos has enseñado el camino de la Vida al enseñarnos en las bienaventuranzas la dicha de los pobres en el espíritu, la alegría de los pobres de quienes es ya el Reino
Señor Jesús, que nos has mostrado el camino contrario al viejo Adán, que escaló por vías de soberbia, al abajarte a ser uno de tantos, siervo humilde, obediente hasta la muerte de cruz; y al resucitar nos has enseñado que el que se humilla será enaltecido;
Señor Jesús, que has mostrado también la humildad de Dios quedándote, por nuestra salvación escondido bajo una pequeña forma de pan;
¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde!
Concede a tu Iglesia, y a cuantos enseñas el camino de la pobreza, contemplar tu humildad, ensalzar tu pobreza y vivir conforme a este caminito: humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él (cf. 1 Pe 5,6; Sant 4,10), reconociéndonos invitados tuyos al banquete de la vida presente y, por los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, de la Vida Futura.
Danos tratar a nuestros hermanos con la misma consideración con que nos tratas. Otórganos caridad y sabiduría, paciencia y humildad, pobreza con alegría, quietud y meditación, temor de Dios, misericordia y discreción. (cf. San Francisco de Asís. Carta a toda la Orden 27-28 y Admoniciones 27,1-6).
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