23 de mayo de 2009

Carta del arzobispo

Siempre a favor de la cultura de la vida

La vida es un don de Dios, ha sido querida por Él y es revelación de su esplendor glorioso y de lo que Él mismo es, por eso, no podemos hacer con ella lo que queramos, al contrario, estamos llamados a conformar nuestras decisiones con las complejas y sin embargo perceptibles leyes escritas por el Creador.

Con el problema del aborto, se pone en juego uno de los principios fundamentales no sólo de la moral cristiana, sino de toda la ética: el del valor en sí de la vida humana y su consiguiente inviolabilidad.

Nada tiene que ver con imponer criterios privados con normas de la ética pública, sino todo lo contrario, se trata de ofertar vida frente a las ofertas de muerte que son las más retrógradas, pues ¡no matarás! es el imperativo universal que tiene ecos en lo más profundo de todos los corazones de los hombres. Eso es válido para todos.

Además de todo ello, se nos ha revelado la riqueza de cada persona en Cristo, por eso el trabajo a favor del respeto a la vida humana es para nosotros un imperativo. Por eso, los cristianos no podemos ser de otro modo, más que hombres y mujeres constructores de la cultura de la vida, que es la que comenzó Dios mismo en el acto creador.

No tengáis miedo. Los cristianos tenemos potencialidades notables para promover una cultura de la vida, especialmente a través de nuestro testimonio de respeto absoluto a la vida, de la enseñanza y de la predicación de los valores más profundos de la humanidad.

¡Que belleza tiene el comienzo de la vida humana! Es un momento que tiene particular trascendencia y también enorme fragilidad. Tal trascendencia y fragilidad tiene, que ya algunos, desde sus primeros momentos la ponen en entredicho e incluso la niegan. ¡Qué terrible está siendo en nuestra sociedad la amplia aceptación del aborto, cuando es uno de los fenómenos más dramáticos de nuestra época! ¿Por qué buscar disimulos a lo que significa una instauración de la cultura de la muerte?

No tengáis miedo cuando tomáis la decisión de servir a la construcción de la cultura de la vida, pues una sociedad que no asegura la vida, está viviendo en una de las más serias violencias internas que se pueden dar respecto a la misión fundamental que tenemos todos los hombres, como es proteger y promover la vida de todos.

¿Qué aventura más hermosa para un cristiano anunciar el Evangelio de la vida? Hemos sido llamados a anunciar el Evangelio de la vida y éste es para todos los hombres. A nadie debemos dejar al margen de este anuncio. Por eso, nuestras palabras son más contundentes cuando se trata de defender a quienes no pueden defenderse.

La Doctrina Social de la Iglesia es una apremiante llamada, cada vez más actual a la reflexión sobre las causas en las que radican las violaciones de los derechos humanos, en particular de la vida y a trabajar por constituir un orden social amigo de la vida de todos y de cada persona. La resurrección de Cristo nos ayuda a comprender que nuestra vida no es comparable con ninguna de nuestras posesiones. Es verdad que la vida es nuestra, que somos responsables de ella, pero propiamente no nos pertenece, si hubiera que hablar de un propietario de nuestra vida, ése sería quien nos la ha dado: el Creador. Y no es un dueño cualquiera, es la Vida y el Amor eterno. No es dueño de la vida nuestro yo frágil y caduco, es Dios mismo.

Los cristianos hemos de luchar pacífica y decididamente por construir la cultura de la vida invitando a todos los hombres que desean hacer presente y futuro a hacerlo con nosotros. Nadie quiere la muerte, todos deseamos la vida y queremos afirmarla siempre.

En esta construcción de la cultura de la vida hoy quiero proponeros algunas ideas a vuestra consideración:

1. Facilitemos a nuestros jóvenes una educación plenamente humana, que cuando lo es de verdad, incluye la dimensión trascendente, que engloba la importancia humana de la sexualidad y las responsabilidades que implica. No podemos recurrir a un abuso egoísta, alienante e irresponsable de la sexualidad.

2. Fomentemos la cultura de la generosidad, soslayando la mentalidad consumista que valora más las comodidades y el bienestar que la vida de un nuevo ser, con un apoyo decidido al matrimonio y a la familia.

3. Dediquemos esfuerzos, recursos y apoyos para crear y dotar a nuestra sociedad de centros especializados donde las madres en dificultad puedan ser atendidas y acogidas. La Iglesia hace grandes esfuerzos en mantener estos lugares de defensa de la vida humana.

A la Iglesia le ha sido confiado el Evangelio de la vida y por eso tiene como sagrada misión la defensa y promoción de la vida humana. Sentid los cristianos y comprended cada día más la Iglesia como Pueblo de la vida y para la vida.

Con gran afecto, os bendice