30 de agosto de 2010

Falsas denuncias de violencia género.

Retiran demanda contra el Vaticano por supuestos abusos en EEUU

VATICANO, 10 Ago. 10 / 09:57 am (ACI)


P. Federico Lombardi, Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede
El Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, P. Federico Lombardi, explicó que es positivo el retiro de una demanda de tres personas que alegaban haber sufrido abusos sexuales por parte del clero en Estados Unidos, presentada en 2004, ya que se ha demostrado era infundada.
En declaraciones a la prensa sobre el retiro de un proceso judicial en Kentucky, Estados Unidos, contra la Santa Sede, el P. Lombardi señala que la noticia se ha recibido en el Vaticano "con satisfacción".
"Naturalmente –dijo luego–, esto no significa en modo alguno minimizar el horror y la condena de los casos de los abusos sexuales, así como la compasión por el sufrimiento de las víctimas".
Según informa Radio Vaticano, como resaltó el abogado del Vaticano en Estados Unidos, Jeffrey Lena, y destacó también el P. Lombardi, "la justicia ante las víctimas y la protección de los menores deben ser siempre el objetivo prioritario".
"Sin embargo –concluye– es positivo que una causa que ha durado casi seis años, sobre una supuesta implicación de responsabilidades de la Santa Sede en el ocultamiento de los abusos a menores, y que ha tenido fuertes y negativas repercusiones en la opinión pública, se haya demostrada infundada".

Sobre la nueva ley del aborto.


Acaba de cumplirse el primer mes de aplicación de la nueva ley del aborto.
Aborto sin trabas, sin contemplaciones, sin escrúpulos.  Aborto para niñas.
Brutal con la vida humana, violenta con las mujeres. Así es la nueva ley del aborto en España.
Un monumento legislativo a la mentira y la crueldad.
¿Puede un gobierno que lesgisla contra la vida humana seguir llamándose democrático?
Este vídeo-editorial expresa en imágenes nuestra repulsa y nuestra vergüenza por una ley injusta que nos hace vivir en una sociedad más inhumana:
http://www.youtube.com/watch?v=HpFs38OA1hs
También reafirma nuestro compromiso de seguir acompañanado a millones de españoles para conseguir la derogación de esta ley y, al fin, la abolición del aborto en España.
Si no lo ve nuestra generación, lo verá la próxima, pero la del Derecho a la Vida es una causa ganada que hay que dar hoy. Sin tardanza. Más que nunca.
Como dice la canción que ilustra este vídeo: "This is the day", "Éste es el día". No mañana. Ni pasado. Hoy. Ahora.
¿Me ayudas a dar la batalla? ¿Sigo contando contigo?
Difunde este vídeo y vótalo:




No te duermas, no te pares. Hay mucho por hacer, y nadie lo va a hacer por ti.
Descansa en agosto, con el corazón alerta.
Feliz verano, y gracias por tu compromiso activo con el derecho a la vida.
Gádor Joya y todo el equipo DAV
PD.- Este verano, en tus conversaciones con amigos y familiares, en la playa o en el campo, encuentra un hueco, por pequeño que sea, para hacer nuevos amigos de la causa del derecho a la vida. Convence a uno o dos no convencidos de que el aborto es una lacra indigna de una sociedad civilizada, como lo fueron la esclavitud, el holocausto o el appartheid. ¡Nos vemos y nos hablamos en septiembre, con nuevas ideas y acciones para promover el derecho a la vida!
Pulse aquí para desuscribirse de futuros mensajes.

29 de agosto de 2010

Invitación a la Primera Profesión de las hermanitas Victoria y Gloria



































Saint Pierre 20 julio 2010
Queridos familiares y amigos, queridos hermanos:
Con esta carta os quiero comunicar la noticia más importante de mi vida hasta el momento. Tras casi cinco años de experiencia de vida en la Comunidad del Cordero, el 14 de septiembre del presente 2010 pronunciaré, con la gracia de Dios, los votos de profesión religiosa.
Muchos pudisteis asistir en Francia a la toma de hábito con la que iniciaba el noviciado, en ese momento recibí un nombre nuevo: Victoria, recuerdo constante del poder vencedor de la cruz en la historia, en la Iglesia y en mi vida. Es curioso que esta misma cruz provoque ante nuestras miradas tanto el escándalo y el rechazo como la atracción. Hoy, por la capacidad inaudita que tiene para convertir la amargura en dulzura y la muerte en vida, me atrae y me llama hacia sí por medio de los santos votos.
La fiesta de la Exaltación de la Cruz, el 14 de septiembre en que haré profesión, me es muy querida, por eso la escogí para celebrar mi santo. Es un detalle de parte del Señor que el Obispo no haya podido escoger otro día para presidir la ceremonia. Y un mayor detalle que tenga lugar en nuestra querida tierra valenciana, en el pueblecito de Navalón, el nuevo Pequeño Monasterio del Cordero. No os queda muy lejos, por eso, aunque es entre semana, sería una alegría enorme vuestra presencia.
Sé que vuestras oraciones y amistad han acompañado mis pasos hasta hoy, ahora os pido que las incrementéis, especialmente en estos últimos días de preparación a ser la Esposa de Cristo. Pues esto significa la profesión: pronunciando los votos de castidad, pobreza y obediencia, se anticipa en cierto modo lo que serán las bodas eternas, las bodas del Cordero… pues lo que profesamos no es de este mundo, y es imposible vivirlo si el cielo no se abre para derramar su gracia. Por esta razón este acto anuncia la Vida Eterna.
Edith Stein decía: “Los tres votos son los clavos que nos unen a su cruz”, y por tanto, añado yo, ¡nos hacen resucitar con Él!
Esperando veros pronto y compartir así con cada uno mi dicha por ser de Cristo y de sus pobres,
Vuestra hermanita Victoria.

28 de agosto de 2010

Domingo XXII del tiempo ordinario – 29 de agosto de 2010


Parroquia de Sant Francesc de Borja
Email de la parroquia: sfb500@gmail.com

Domingo 29 de Agosto de 2010



+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 14, 1.7-14

Un sábado, habiendo ido a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».
Dijo también al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».

Palabra del Señor.



Beato Carlos de Foucauld (1858-1916), ermitaño y misionero en el Sahara
Retiro, Tierra Santa, Cuaresma 1898

Servir a Cristo servidor en el último lugar

     [Cristo:] Ved [mi] servicio y entrega a los hombres, y examinad cual debe ser el vuestro. Fijaos en esta humildad para el bien del hombre, y aprended a abajaros para hacerle bien..., a haceros pequeños para ganar a los otros, a no temer el descender, a perder vuestros derechos cuando se trata de hacer el bien, a no creer que, por el hecho de abajaros, os es imposible hacer el bien. Al contrario, abajándoos, me imitáis; abajándoos, empleáis, por amor a los hombres, el medio que he usado yo mismo; abajándoos, camináis por mi camino, por consiguiente, en la verdad; y entonces se está en el mejor lugar para obtener la vida, y para darla a los demás... Por mi encarnación me pongo en la misma hilera de las criaturas, por el bautismo... en el rango de los pecadores: anonadamiento, humildad. Abajaos siempre, humillaos siempre.
     Que los que son los primeros se consideren siempre, por humildad y disposición de espíritu, en el ultimo lugar, con sentimiento de abajamiento y de servicio. Amor a los hombres, humildad, último lugar, en último lugar mientras la voluntad divina no os llame a ocupar otro, porque entonces es preciso obedecer. La obediencia es antes que todo, es la conformidad con la voluntad de Dios. Si os encontráis en el primer lugar, sentíos en el último lugar, por humildad; ocupadlo con espíritu de servicio, diciéndoos a vosotros mismos que sólo lo ocupáis para servir a los otros y llevarlos a la salvación.

23 de agosto de 2010

Sobre la lucha

Contaba el abad Pastor que el abad Juan, de pequeña estatura, había pedido al Señor que le librase de todas sus pasiones. Lograda esta paz del alma, fue a un anciano y le dijo: «He aquí un hombre tranquilo que no padece lucha ninguna». Pero el anciano le contestó: «Vete y pide al Señor que te envíe batallas, porque el alma adelanta luchando». Y cuando volvió a empezar la lucha, el abad Juan ya no pedía verse libre de ella, sino que decía: «Señor, dame paciencia para soportar estas luchas».

 

N. 8 del Capítulo VII “DE LA PACIENCIA Y DE LA FORTALEZA”

21 de agosto de 2010

Domingo XXI del tiempo ordinario – 22 de Agosto de 2010


Parroquia de Sant Francesc de Borja
Email de la parroquia: sfb500@gmail.com

Domingo 22 de Agosto de 2010



+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 13, 22-30

En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’; y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».

Palabra del Señor.



San Anselmo (1033-1109), monje, obispo, doctor de la Iglesia
Proslogion, 25-26

«Se sentarán a la mesa en el Reino de Dios»

     ¡Qué gran dicha poseer el Reino de Dios! ¡Qué gozo para ti, corazón humano, pobre corazón acostumbrado al sufrimiento y aplastado por los males, si tú rebosaras de una dicha tal!... Y sin embargo, si alguno a quien amaras como a ti mismo, participara de una idéntica dicha, tu gozo sería doble, porque no te gozarías por él menos que por ti mismo. Y si dos o tres, o aunque fueran muchos más, poseyeran esta misma felicidad,  experimentarías en ti mismo tanto gozo por cada uno como por ti mismo porque amarías a cada uno como a ti mismo.
     Así pues, en esa plenitud de amor que unirá a los innumerables bienaventurados, y en la que nadie amará al otro menos que a sí mismo, cada uno gozará de la dicha de los demás tanto como de la suya propia. Y el corazón del hombre, apenas capaz de contener su propio gozo, se sumergirá en el océano de tan grandes y numerosas dichas. Ahora bien, sabéis que se goza de la felicidad de alguien en la misma medida en que se le ama; así, en esa perfecta bienaventuranza en la que cada uno amará a Dios incomparablemente más que a sí mismo y que a todos los otros, la felicidad infinita de Dios será para cada uno fuente de gozo incomparable.

19 de agosto de 2010

Sobre el silencio

clip_image002"Dicho" o "sentencia" de un padre del desierto sobre el por qué se da el silencio ante la petición de una "palabra":

Unos hermanos, en compañía de unos seglares acudieron al abad Félix y le rogaron que les dijese una palabra. El anciano callaba. Como seguían insistiendo, les dijo: «¿Queréis escuchar una palabra?». «Sí, padre», respondieron. Y el anciano dijo entonces: «Ahora ya no hay palabra. Cuando los hermanos interrogaban a los ancianos y cumplían lo que éstos les decían, Dios inspiraba a los ancianos lo que debían decir. Ahora, como preguntan y no hacen lo que oyen, Dios ha retirado a los ancianos su gracia para que encuentren lo que deben hablar, pues no hay quien lo ponga por obra». Al escuchar estas palabras, los hermanos dijeron entre sollozos: «Padre, ruega por nosotros».

N. 18 de capítulo III "de la compunción" (Sentencias de los Padres del Desierto).

18 de agosto de 2010

Cáritas con Pakistán


Cáritas con Pakistán
"Después de las graves inundaciones en el  sur del Punjab, que asolan en esta zona de Pakistán el hogar , las vidas y el futuro de muchas personas, CaritasPakistán ha puesto de inmediato su mecanismo de gestión de desastres y ayuda inmediata de emergencia para acudir en socorro de las victimas , suministrando agua , alimentos, utensilios de cocina, kits de higiene y salud. Esta  será la primera fase de emergencia ,a la que luego sucederá la de ayuda humanitaria y la de desarrollo y reconstrucción de la vida de emuhas personas que lo han perdido todo, donde  toda la red Cáritas seguirá estando todo el tiempo necesario al servicio de la Cáritas local.
Atal efecto, desde Cáritas Interparroquial Gandia:



HEMOS ABIERTO CUENTA DE EMERGENCIA INUNDACIONES PAKISTAN.

LA CUENTA DE EMERGENCIA ES 2077 2005 44 1100555276

17 de agosto de 2010

Comentarios al “Magníficat”

Reproducimos a continuación diversos comentarios hechos sobre el himno del  "Magníficat", canto de alabanza ante la obra de Dios.

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II: En el Magníficat (Lc 1, 46-55) María celebra la obra admirable de Dios

1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el júbilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia.

Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana.

Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc 1,46-48). Probablemente, el término griego está tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.

2. Las palabras «desde ahora me felicitaran todas las generaciones» (Lc 1, 48) toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.

3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,49-50).

¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.

En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.

4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53).

Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).

Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.

5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).

María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes.

El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina que va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo.

[Audiencia general del Miércoles de 6 de noviembre 1996]

* * *

CATEQUESIS DE BENEDICTO XVI: El Magníficat (Lc 1, 46-55) Cántico de la santísima Virgen María

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hemos llegado ya al final del largo itinerario que comenzó, hace exactamente cinco años, en la primavera del año 2001, mi amado predecesor el inolvidable Papa Juan Pablo II. Este gran Papa quiso recorrer en sus catequesis toda la secuencia de los salmos y los cánticos que constituyen el entramado fundamental de oración de la liturgia de las Laudes y las Vísperas.

Al terminar la peregrinación por esos textos, que ha sido como un viaje al jardín florido de la alabanza, la invocación, la oración y la contemplación, hoy reflexionaremos sobre el Cántico con el que se concluye idealmente toda celebración de las Vísperas: el Magníficat (cf. Lc 1,46-55).

Es un canto que revela con acierto la espiritualidad de los anawim bíblicos, es decir, de los fieles que se reconocían «pobres» no sólo por su alejamiento de cualquier tipo de idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la profunda humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo, abierto a la irrupción de la gracia divina salvadora. En efecto, todo el Magníficat, que acabamos de escuchar cantado por el coro de la Capilla Sixtina, está marcado por esta «humildad», en griego tapeinosis, que indica una situación de humildad y pobreza concreta.

2. El primer movimiento del cántico mariano (cf. Lc 1,46-50) es una especie de voz solista que se eleva hacia el cielo para llegar hasta el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que habla así de su Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto, conviene notar que el cántico está compuesto en primera persona: «Mi alma... Mi espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras grandes por mí...». Así pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola en la Madre del Señor.

La estructura íntima de su canto orante es, por consiguiente, la alabanza, la acción de gracias, la alegría, fruto de la gratitud. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, puramente individualista, porque la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que desempeñar en favor de la humanidad y de que su historia personal se inserta en la historia de la salvación. Así puede decir: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (v. 50). Con esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de todas las criaturas redimidas, que, en su «fiat» y así en la figura de Jesús nacido de la Virgen, encuentran la misericordia de Dios.

3. En este punto se desarrolla el segundo movimiento poético y espiritual del Magníficat (cf. vv. 51-55). Tiene una índole más coral, como si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los fieles que celebran las sorprendentes elecciones de Dios. En el original griego, el evangelio de san Lucas tiene siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que el Señor realiza de modo permanente en la historia: «Hace proezas...; dispersa a los soberbios...; derriba del trono a los poderosos...; enaltece a los humildes...; a los hambrientos los colma de bienes...; a los ricos los despide vacíos...; auxilia a Israel».

En estas siete acciones divinas es evidente el «estilo» en el que el Señor de la historia inspira su comportamiento: se pone de parte de los últimos. Su proyecto a menudo está oculto bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan «los soberbios, los poderosos y los ricos». Con todo, está previsto que su fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: «Los que le temen», fieles a su palabra, «los humildes, los que tienen hambre, Israel su siervo», es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está formada por los que son «pobres», puros y sencillos de corazón. Se trata del «pequeño rebaño», invitado a no temer, porque al Padre le ha complacido darle su reino (cf. Lc 12,32). Así, este cántico nos invita a unirnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del pueblo de Dios con pureza y sencillez de corazón, con amor a Dios.

4. Acojamos ahora la invitación que nos dirige san Ambrosio en su comentario al texto del Magníficat. Dice este gran doctor de la Iglesia: «Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios... El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas» (Esposizione del Vangelo secondo Luca, 2, 26-27: SAEMO, XI, Milán-Roma 1978, p. 169).

En este estupendo comentario de san Ambrosio sobre el Magníficat siempre me impresionan de modo especial las sorprendentes palabras: «Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios». Así el santo doctor, interpretando las palabras de la Virgen misma, nos invita a hacer que el Señor encuentre una morada en nuestra alma y en nuestra vida. No sólo debemos llevarlo en nuestro corazón; también debemos llevarlo al mundo, de forma que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos. Pidamos al Señor que nos ayude a alabarlo con el espíritu y el alma de María, y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo.

[Texto de la Audiencia general del Miércoles 15 de febrero de 2006]

* * *

EL "MAGNÍFICAT" DE LA IGLESIA EN CAMINO, por S. S. Juan Pablo II, Redemptoris Mater, nn. 35-37

35. La Iglesia, pues, en la presente fase de su camino, trata de buscar la unión de quienes profesan su fe en Cristo para manifestar la obediencia a su Señor que, antes de la pasión, ha rezado por esta unidad. La Iglesia «va peregrinando..., anunciando la cruz del Señor hasta que venga» (Lumen gentium, 8). «Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes al contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso» (Lumen gentium, 9).

La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magníficat que, salido de la fe profunda de María en la Visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las Vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria.

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador...» (Lc 1,46-55).

36. Cuando Isabel saludó a la joven pariente que llegaba de Nazaret, María respondió con el Magníficat. En el saludo Isabel había llamado antes a María «bendita» por «el fruto de su vientre», y luego «feliz» por su fe (cf. Lc 1, 42. 45). Estas dos bendiciones se referían directamente al momento de la Anunciación. Después, en la Visitación, cuando el saludo de Isabel da testimonio de aquel momento culminante, la fe de María adquiere una nueva conciencia y una nueva expresión. Lo que en el momento de la Anunciación permanecía oculto en la profundidad de la «obediencia de la fe», se diría que ahora se manifiesta como una llama del espíritu clara y vivificante. Las palabras usadas por María en el umbral de la casa de Isabel constituyen una inspirada profesión le su fe, en la que la respuesta a la palabra de la revelación se expresa con la elevación espiritual y poética de todo su ser hacia Dios. En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel (como es sabido, las palabras del Magníficat contienen o evocan numerosos pasajes del AT), se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón. Resplandece en ellas un rayo del misterio de Dios, la gloria de su inefable santidad, el eterno amor que, como un don irrevocable, entra en la historia del hombre.

María es la primera en participar de esta nueva revelación de Dios y, a través de ella, de esta nueva «autodonación» de Dios. Por esto proclama: «Ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo». Sus palabras reflejan el gozo del espíritu, difícil de expresar: «Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador». Porque «la verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre... resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación» (Dei Verbum, 2). En su arrebatamiento María confiesa que se ha encontrado en el centro mismo de esta plenitud de Cristo. Es consciente de que en ella se realiza la promesa hecha a los padres y, ante todo, «en favor de Abraham y su descendencia por siempre»; que en ella, como madre de Cristo, converge toda la economía salvífica, en la que, «de generación en generación», se manifiesta Aquel que, como Dios de la Alianza, se acuerda «de la misericordia».

37. La Iglesia, que desde el principio conforma su camino terreno con el de la Madre de Dios, siguiéndola repite constantemente las palabras del Magníficat. Desde la profundidad de la fe de la Virgen en la Anunciación y en la Visitación, la Iglesia llega a la verdad sobre el Dios de la Alianza, sobre Dios que es todopoderoso y hace «obras grandes» al hombre: «Su nombre es santo». En el Magníficat la Iglesia encuentra vencido de raíz el pecado del comienzo de la historia terrena del hombre y de la mujer, el pecado de la incredulidad o de la «poca fe» en Dios. Contra la «sospecha» que el «padre de la mentira» ha hecho surgir en el corazón de Eva, la primera mujer, María, a la que la tradición suele llamar «nueva Eva» y verdadera «madre de los vivientes», proclama con fuerza la verdad no ofuscada sobre Dios: el Dios Santo y todopoderoso, que desde el comienzo es la fuente de todo don, aquel que «ha hecho obras grandes». Al crear, Dios da la existencia a toda la realidad. Creando al hombre, le da la dignidad de la imagen y semejanza con él de manera singular respecto a todas las criaturas terrenas. Y no deteniéndose en su voluntad de prodigarse no obstante el pecado del hombre, Dios se da en el Hijo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). María es el primer testimonio de esta maravillosa verdad, que se realizará plenamente mediante lo que hizo y enseñó su Hijo (cf. Hch 1,1) y, definitivamente, mediante su Cruz y resurrección.

La Iglesia, que aun «en medio de tentaciones y tribulaciones» no cesa de repetir con María las palabras del Magníficat, «se ve confortada» con la fuerza de la verdad sobre Dios, proclamada entonces con tan extraordinaria sencillez y, al mismo tiempo, con esta verdad sobre Dios desea iluminar las difíciles y a veces intrincadas vías de la existencia terrena de los hombres. El camino de la Iglesia, pues, ya al final del segundo Milenio cristiano, implica un renovado empeño en su misión. La Iglesia, siguiendo a Aquel que dijo de sí mismo: «(Dios) me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (cf. Lc 4,18), a través de las generaciones, ha tratado y trata hoy de cumplir la misma misión.

Su amor preferencial por los pobres está inscrito admirablemente en el Magníficat de María. El Dios de la Alianza, cantado por la Virgen de Nazaret en la elevación de su espíritu, es a la vez el que «derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos..., dispersa a los soberbios... y conserva su misericordia para los que le temen». María está profundamente impregnada del espíritu de los «pobres de Yahvé», que en la oración de los Salmos esperaban de Dios su salvación, poniendo en Él toda su confianza (cf. Sal 25; 31; 35; 55). En cambio, ella proclama la venida del misterio de la salvación, la venida del «Mesías de los pobres» (cf. Is 11,4; 61,1). La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magníficat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús.

La Iglesia, por tanto, es consciente -y en nuestra época tal conciencia se refuerza de manera particular- de que no sólo no se pueden separar estos dos elementos del mensaje contenido en el Magníficat, sino que también se debe salvaguardar cuidadosamente la importancia que «los pobres» y «la opción en favor de los pobres» tienen en la palabra del Dios vivo. Se trata de temas y problemas orgánicamente relacionados con el sentido cristiano de la libertad y de la liberación. «Dependiendo totalmente de Dios y plenamente orientada hacia Él por el empuje de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo, para comprender en su integridad el sentido de su misión» (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre Libertad cristiana y liberación (22-III-1986), 97).

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EL HIMNO DEL MAGNÍFICAT (Lc 1, 46-55), por el Card. Carlo M. Martini

Ante un himno tan rico, instintivamente tratamos de dividirlo y descubrir en él una estructura, al objeto de comprenderlo mejor. Sin embargo, los exegetas tropiezan con grandes dificultades y discrepan entre sí, porque, aunque parece un himno muy simple, en realidad es casi inasible; de hecho, es bastante complejo, a veces hasta ligeramente tosco en la forma, y no sigue unas reglas que permitan descomponerlo con nitidez.

En conjunto, parece un salmo de alabanza semejante a otros del Antiguo Testamento, por ejemplo: «Aclamad, justos, al Señor, / que merece la alabanza de los buenos. / Dad gracias al Señor con la cítara, / tocad en su honor el arpa de diez cuerdas, / ... que la palabra del Señor es sincera» (Sal 32,1-2.4). Pero quizá más afín aún al Magníficat sea el Salmo 135: «Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (v. 1).

En cualquier caso, hay en el Magníficat algo más complejo que un salmo, algo misterioso; ni siquiera está claro que sea un himno de alabanza por un nacimiento o por una concepción extraordinaria. En este sentido, se asemeja al cántico de Ana (1 S 2,1-10), que exalta los grandes cambios realizados por Dios en los acontecimientos históricos, en las situaciones humanas, sin aludir -como sería de esperar- a la experiencia de la maternidad, a la experiencia del embarazo o del parto. Manteniéndose en lo genérico, tiene la ventaja de poder aplicarse a múltiples situaciones.

Los diversos intentos de dividir el himno coinciden al menos en reconocer en él dos grandes partes, aunque no claramente distintas, que tienen en su centro la acción de Dios.

La primera parte (vv. 46b-49) se caracteriza por las partículas «mi» y «me», que se refieren a la persona que canta: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, / se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; / ... Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, / porque el Poderoso ha hecho grandes cosas en mi favor».

La segunda parte evoca la historia de Israel o, mejor, las grandes actuaciones de Yahvé en la historia de la salvación, y comienza en el v. 50: «Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». Sigue a continuación el recuento de los grandes hechos realizados por el Señor: «Él hace proezas con su brazo: / dispersa a los soberbios de corazón...», que termina con el v. 55.

Ésta es, pues, la estructura global, que subraya las intervenciones divinas en una sola persona, y después en la historia en general, concretamente en la historia de Israel.

Las sutilezas exegéticas tratan de determinar cuál es el versículo concreto que sirve de separación: un análisis reciente y muy detallado del texto insiste en el v. 49b: «su nombre es santo». En la santidad del nombre, entendida como poder, se resumiría la acción de Dios con María y la acción de Dios en favor de la humanidad.

En cualquier caso, permanecen abiertos muchos problemas de interpretación sobre un texto tan simple. Por ejemplo: ¿qué significan todos los verbos en aoristo indicativo griego? «Mi alma engrandece al Señor» va en paralelo, curiosamente, con el aoristo «y mi espíritu se alegró», aunque suele traducirse por el presente «se alegra». El problema lo plantean, sobre todo, los aoristos siguientes: «Se fijó en la humillación, hizo grandes cosas, su brazo intervino con fuerza, desbarató los planes de los arrogantes, derribó a los poderosos, encumbró a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes, a los ricos los despidió, auxilió a Israel». ¿Son acontecimientos que pertenecen al pasado? ¿Se trata de un aoristo gnómico, que expresa una acción pasada que continúa (lo constante del proceder de Dios), por lo que se traduce entonces por un presente? ¿O se trata, quizá, de aoristos incoativos que indican que el Señor seguirá realizando las maravillas que ha comenzado a hacer en María? Otros autores invocan el paralelismo con el perfecto profético hebreo, que es un modo de hablar del futuro.

He querido únicamente apuntar las dificultades de la traducción. Lo que queda claro es que los primeros versículos se refieren a experiencias vividas por María, y los otros a la acción de Dios, probablemente una acción pasada en favor de Israel y que está indicando su actuación futura. María relee la historia de la salvación a partir de su experiencia personal, que le permite comprenderla de una nueva manera.

Me parece que ésta es una anotación de gran fuerza psicológica, porque nos ayuda a cantar el Magníficat cuando experimentamos en nosotros mismos algo verdadero y auténtico, algo que nos permite, a la luz de la fe, recobrar el sentido salvífico del pasado y la esperanza del futuro. Se trata de un elemento particularmente importante para orientar nuestra oración y nuestra vida.

Otro aspecto discutido del himno son las contraposiciones de la segunda parte: ha desbaratado los planes de los arrogantes, ha derribado a los poderosos, ha encumbrado a los humildes, ha colmado a los hambrientos, ha despedido de vacío a los ricos.

¿Qué significan los arrogantes, los poderosos, los pobres, los hambrientos, los ricos? Algunas interpretaciones insisten más en las dimensiones interiores, y otras en las históricas, reales y concretas, como es el caso de la llamada teología de la liberación, que apela a Dios como Aquel que echa por tierra las categorías sociales. De hecho, teniendo en cuenta la historia de Israel, ambas interpretaciones son válidas.

Personalmente, yo prefiero poner de relieve la afinidad con las bienaventuranzas de Lucas: dichosos los pobres y los hambrientos; ¡ay de vosotros, los ricos!... Se habla tanto de categorías sociales como de actitudes del corazón, indicando cómo todo cuanto Dios realizó en el Antiguo Testamento, dispersando a los poderosos y a los prevaricadores y defendiendo a sus pobres y a sus humildes, lo seguirá haciendo en la Nueva Alianza a través de la acción regeneradora de Jesús.

Se trata, por tanto, de una síntesis de la historia, que sirve de prólogo al Evangelio.

MEDITACIÓN

Con los escasos indicios que nos proporciona la lectio podemos comprender la riqueza de la oración del Magníficat, que podría ser analizada palabra por palabra, verificando las referencias bíblicas al Antiguo y al Nuevo Testamento, para saborearla en toda su profundidad teológica y espiritual.

Para la meditación propongo algunos puntos que sirvan para interiorizar dicha oración, y me fijo especialmente en cinco expresiones que podéis contemplar después ante la Eucaristía.

1. El culmen de la libertad humana

Dichosa tú por haber creído (Lc 1,45). Vinculando esta expresión de Isabel dirigida a María con la de Jesús dirigida a Tomás «dichosos los que crean» (Jn 20,29), vemos cómo esta bienaventuranza, que interesa a toda la humanidad, designa el culmen de la libertad humana: es dichoso y feliz y realiza el designio de Dios quien alcanza la plenitud de su vocación. La libertad humana está hecha para la fe, en la que obtiene su perfección y su culminación.

Profundizando en los versículos de Lucas y de Juan, podemos afirmar que la libertad humana se verifica entrando en una relación de confianza con los demás y entregándose a ellos, y se deteriora cuando se encierra en sí misma. La libertad no es calculadora (do ut des), sino que se realiza en el amor, que exige siempre gratuidad. Y sólo Dios es merecedor de un abandono y una confianza sin condiciones ni límites, porque en Él la libertad humana puede realmente expresar por completo su voluntad de entrega. Pero la fe desnuda e incondicionada se purifica a través de la «noche de los sentidos y del espíritu», esa noche magistralmente descrita en las obras de san Juan de la Cruz y en la experiencia de santa Teresa de Jesús.

El hombre se salva, no simplemente obedeciendo a una ley exterior, sino amando, entregándose y creyendo en Dios. María, dichosa por haber creído, es figura antropológica de la vocación humana a la felicidad.

2. Oración de alabanza

Proclama mi alma la grandeza del Señor (v. 46). San Ambrosio, que en su comentario a Lucas escribe: «Esté en cada uno de nosotros el alma de María para glorificar a Dios», nos recuerda que el agradecimiento es la primera expresión de la fe. No lo son, en cambio, la lamentación, la crítica, la amargura, la autocompasión ni el derrotismo, que son actitudes de falta de fe, porque la verdadera fe prorrumpe espontáneamente en la alabanza y el agradecimiento. Alabanza por todo cuanto Dios realiza en nosotros y en el mundo; agradecimiento al reconocernos agraciados y al tomar conciencia de que la misericordia divina «se extiende de generación en generación». Es una invitación a confesar que también muchos discursos eclesiásticos, por así decirlo, muchas recriminaciones y muchas amarguras son fruto de una fe empobrecida.

3. Los ojos de la fe

Ha hecho obras grandes en mi favor (v. 49). Nos preguntamos: ¿cuáles son esas obras grandes? Seguramente María puede intuirlas, por la fe, en el pequeño germen de vida apenas perceptible que lleva en su seno; sin embargo, desde el punto de vista humano no es un hecho extraordinario. Es la fe la que le hace descubrir realidades grandes en cosas pequeñas, realidades definitivas en hechos incipientes, realidades perennes en las realidades efímeras. Mientras que la poca fe nunca está contenta ni satisfecha y querría siempre ver más, la fe verdadera está contenta y reconoce en los más insignificantes signos el poder de Dios.

4. No se encogerá el brazo de Dios

Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación (v. 50). María expresa aquí su fe en la certeza de que no sólo en el pasado y en el presente, sino que tampoco en el futuro decaerá la misericordia del Señor ni se encogerá el brazo de Dios.

Muchas veces hablamos como si la misericordia del Señor se hubiese detenido en los tiempos más gloriosos del cristianismo y no abarcase también a nuestras generaciones. Querríamos retroceder cincuenta años atrás, cuando la gente frecuentaba las iglesias, a la vez que nos asalta la duda y el temor de que el Señor se haya alejado de nosotros. Sin embargo, María proclama «su misericordia de generación en generación». Por otra parte, debemos reconocer que, si miramos a nuestro alrededor con los ojos sencillos y limpios de la fe, podemos percibir la misericordia de Dios en favor nuestro y descubrir a veces sus signos sensibles.

Reflexionaba yo estos días sobre las figuras significativas con que el Señor ha regalado últimamente a la Iglesia local de Milán: (...). Son personas que han sido conocidas y tratadas por muchos de nuestros fieles.

El Señor continúa, pues, actuando, y sólo la fe puede hacernos conscientes de su cercanía y de su presencia.

5. Dios cuida de su pueblo

Ha auxiliado a Israel, su siervo (v. 54). Cuidó -paidòs autou- de su hijo y siervo Israel, como cuidó de María su sierva («se ha fijado en la humillación de su esclava»).

El verbo «cuidar» aparece en otros pasajes del Nuevo Testamento: «El Espíritu cuida de nuestra debilidad» (Rm 8,27); «No cuida de los ángeles, sino de los hijos de Abraham» (Heb 2,16). La solicitud por Israel es, por consiguiente, una característica de Dios: lo fue, efectivamente, en los momentos dramáticos del pueblo hebreo a lo largo de los siglos, y no ha decrecido. Por eso debe ser también una característica propia de todos cuantos sienten como María y con María; y por eso la relación con Israel es una importante y valiosa piedra de toque en la vida de la Iglesia: como el Señor cuida de Israel su siervo, también la Iglesia y la humanidad deben cuidar de él, deben seguir expresando de algún modo el amor de Dios a ese pueblo, a pesar de todas las dificultades y hasta malentendidos que ello pueda acarrear. La relación del Señor con Israel está inequívocamente en el corazón mismo del Magníficat, al que hay que acudir para reflexionar sobre sus terribles destinos históricos sucesivos.

«María, hija de Sión, Madre de Jesús y de la Iglesia, concédenos entrar en el misterio de tu fe y de tu alabanza y percibir cómo miras a tu pueblo, a la humanidad y a la historia».

[Extraído de Carlo M. Martini, Una libertad que se entrega. En meditación con María. Santander, Sal Terrae, 1996, pp. 60-

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MONICIÓN PARA EL CÁNTICO, de J. Aldazabal

Lucas 1,46-55. El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes.

El Magníficat, el himno de alabanza a Dios que Lucas pone en labios de María de Nazaret, es un canto «pascual» que agradece a Dios porque sabe enaltecer a los humildes. Como ha resucitado a Cristo Jesús de entre los muertos, así Dios protege al pueblo elegido y, también, ha hecho maravillas en la Madre del Mesías.

Después de oír la alabanza de su prima Isabel: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá», María prorrumpe en el cántico que tantas veces proclama la comunidad cristiana ya durante dos mil años. Ella sí que puede decir: «ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo», porque «ha mirado la humillación de su esclava» (sería mejor traducir, como hace la versión catalana, «la pequeñez de su sierva»).

María alaba a Dios por el estilo con que lleva la historia: «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes».

[J. Aldazabal, Enséñame tus caminos. 8. Los Domingos del ciclo A. Barcelona, CPL, 2004, pp. 501-502]

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HIMNO DE ALABANZA DE MARÍA, de J. Schmid

V. 46a. «Y dijo María». El saludo profético y la bienaventuranza de Isabel -«¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú, que has creído!»- despiertan en María un eco, cuya expresión exterior es el himno pronunciado a continuación, el Magníficat. Hasta entonces no había hablado María del misterio de la gracia de que ha sido objeto, haciéndolo ahora en forma de un himno de alabanza a Dios, por el favor concedido a ella y, por medio de ella, a Israel. En la mente de Lucas, o de su fuente, el Magníficat es la contestación de María al saludo con que la ha felicitado Isabel. El himno es, en su mayor parte, una recapitulación de pensamientos y expresiones del AT, y su originalidad reside única y exclusivamente en el hecho de ir fundidas sus ideas y sus palabras en una nueva unidad, que no da impresión de algo ficticio, sino espontáneo en la ilación de sus pensamientos y los sentimientos que las animan. Ello se explica por el hecho de que la persona que lo pronuncia vive del todo dentro de la ideología del AT.

En cuanto a su género es el Magníficat un cántico de acción de gracias individual en forma de himno, que se adapta bien a la situación de la persona de quien lo pronuncia si se tiene presente no sólo el encuentro de María con Isabel, sino sus circunstancias y los sentimientos que la animan a partir de la aparición del ángel. En cuanto a su forma poética, el Magníficat está compuesto por dísticos.

VV. 46b-47. Isabel bendice a María como madre del Mesías. Pero María desvía la bendición hacia Dios. A él solo se debe la gloria. María, en su alma, «proclama la grandeza del Señor» (lit. «engrandece»), esto es, alaba y adora su poder y bondad experimentadas en su misma persona. Y su espíritu (término que, según la psicología semítica, equivale por su contenido al de alma, y que va usado sólo por variar la forma de expresión) se goza y alegra en Dios (cf. Is 61,10), que se ha mostrado para ella como su «salvador» misericordioso.

V. 48. El v. 48a expresa el motivo de su júbilo, que es la obra de redención, por la que Dios ha revelado su grandeza, mostrándose para María como «Dios de salvación». Dios ha vuelto su mirada a la pequeñez de su esclava (cf. v. 38: «He aquí la esclava del Señor»), al exaltarla de una manera única, eligiéndola como madre del Mesías. El versículo es una clara resonancia de las palabras de Ana, la madre de Samuel (1 S 1,11), pasaje en el que con la pequeñez o humillación se hace referencia a la deshonrosa suerte de la esterilidad (cf. Gn 30,23) y a las burlas de que era objeto (1 S 1,6s). Aquí, en cambio, «la pequeñez de su esclava» es sólo expresión de la humildad, ya que no tenemos prueba alguna de que María hubiera sufrido desengaños en este punto. Pero, la frase profética que sigue, de que será llamada bienaventurada por todas las generaciones, sólo conviene en labios de María; pronunciada por Isabel, sobre todo en el momento en que tiene ante sí a la madre del Mesías, objeto de una gloria incomparablemente mayor que la suya, sería una exageración insoportable. «Desde ahora» va referido, según el contexto, a las palabras de Isabel en el v. 45: «¡Dichosa tú, que has creído!» (o al momento de su concepción).

VV. 49-50. El v. 49 se detiene todavía en la consideración jubilosa de la obra con la que Dios ha mostrado su poder en ella, y vuelve inmediatamente la mirada hacia Dios, «el Poderoso» (designación corriente de Dios en el AT), el único digno de alabanza. La frase «su nombre es santo», así como el v. 50, no van referidos a otras obras divinas, sino que sirven para la caracterización del ser de Dios, y no son por ello tampoco frases independientes, sino que tienen que ser entendidas como frases de relativo semíticas («cuyo nombre», «cuya misericordia»). Dios (el nombre representa a la persona) es ensalzado como el Santo, esto es, el Excelso (Is 57,15), ante el que el hombre se inclina en adoración. Pero su majestad no produce aquí el temor, sino el gozo, porque la esencia de Dios es, al mismo tiempo, la infinita «misericordia» sin término (= bondad, indulgencia) para con los que le temen, esto es, para los piadosos (en el AT, el temor de Dios constituye el motivo central de la religión).

VV. 51-53. Los versículos que siguen hablan, en tiempos pretéritos, de las obras en que Dios ha revelado su poder, su santidad y su bondad; a pesar de ello no hay que entenderlos como referidos al pasado, sino, en el sentido del perfecto hebreo, en expresión de lo que Dios hace de manera habitual. Lo que Dios ha llevado a cabo en María y, a través de ella como madre del Mesías, en Israel, es una revelación de su manera de actuar en absoluto. Dios realiza actos de poder con su brazo, símbolo de su fuerza, al invertir el orden humano de las cosas, humillando, dispersando y despidiendo vacíos a los soberbios, poderosos y hartos, y ensalzando y colmando de bienes a los humildes y los hambrientos, a los «pobres», oprimidos y defraudados en este mundo (Anawim; cf. Lc 6,20s; Mt 5,3ss). Una interpretación de cada uno de los rasgos particulares aquí mencionados en referencia a la situación del himno, es rechazable.

VV. 54-55. En cambio, su final puede seguramente referirse de manera inmediata a la misión del Mesías, a la encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, ya que el envío del Mesías es la última de las grandes obras de Dios con la que da término a su actuación redentora para con Israel, su pueblo elegido a partir de la alianza con Abraham (Gn 17,7), «su siervo», esto es, «su amigo» (cf. Is 41,8). Dios tiene «presente» su «plan misericordioso» y cumple las promesas que hizo a Abraham, el protopatriarca de Israel (cf. Gn 17,7), lo cual quiere decir que la «misericordia» de Dios para con Israel se basa en su alianza con él, en la fidelidad divina a lo pactado.

A pesar de la perspectiva hacia lo eterno con la que termina el Magníficat, su horizonte no sobrepasa, con todo, el del AT y el judaísmo. El Magníficat queda en su contenido, al igual que la promesa de Gabriel a Zacarías y a María, en el límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, al que corresponde la situación de la escena, y no es todavía un himno cristiano. Ninguna referencia hay en él a la vida de Jesús, a su muerte y a su resurrección, ni a su segunda venida sobre las nubes del cielo.

[Extraído de Josef Schmid, El Evangelio según san Lucas. Barcelona, Ed. Herder, 1968, pp. 76-81]

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EL CÁNTICO DE MARÍA (Lc 1, 46-55), de Alois Stöger

Por el mensaje del ángel en la Anunciación, por las palabras de Isabel llena de Espíritu Santo y por la Sagrada Escritura, en la que hablaron uno y otro, reconoce María que el Señor ha hecho en ella grandes cosas. Su responsorio (cántico de respuesta a la Sagrada Escritura) es un himno a la acción salvífica de Dios con su pueblo, que ha alcanzado ahora su consumación. Con cánticos semejantes canta también la Iglesia naciente las grandes gestas de Dios: «Diariamente perseveraban unánimes en el templo, partían el pan por las casas y tomaban juntos el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios...» (Hch 2,46s). Pablo amonesta a los Efesios: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay desenfreno, sino dejaos llenar de Espíritu, recitando entre vosotros salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando de todo vuestro corazón al Señor» (Ef 5,18s).

El Evangelio hímnico de María, el Magníficat, comienza con un cántico de alabanza de Dios (vv. 46-48), canta al Dios poderoso, santo y misericordioso (vv. 49-50), las leyes fundamentales de su acción salvadora (vv. 51-53), y termina con unos versos que ensalzan la fidelidad de Dios a las promesas (vv. 54-55). Lo que María experimentó fue, es y será el obrar salvífico de Dios. La historia de la salvación es luz de la vida.

46María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, 47se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; 48porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones.

El Señor, mediante la acción salvadora realizada en María, ha venido a ser Dios su salvador. Resuena el nombre de Jesús (Mt 1,21). Por Jesús ha venido Dios a ser el salvador.

La alabanza de Dios y el gozo mesiánico escatológico penetran las profundidades de María, su alma y su espíritu. Las gestas salvíficas de Dios suscitan en ella una jubilosa liturgia de alabanza.

María se cuenta entre los de humilde condición, los pequeños y los pobres, a quienes profetas y salmos prometen con frecuencia la salvación. «Él no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá» (Sal 9,19). «Porque así dice el Altísimo, cuya morada es eterna, cuyo nombre es santo: Yo habito en la altura y en la santidad, pero también con el contrito y humillado, para hacer revivir los espíritus humildes y reanimar los corazones contritos» (Is 57,15). Jesús recoge estas promesas en sus bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). «Tú eres el Dios de los humildes, el amparo de los pequeños, el defensor de los débiles, el refugio de los desamparados, y el salvador de los que no tienen esperanza» (Jdt 9,11).

La felicitación de María, que ha comenzado Isabel, no tendrá ya fin. Todas las generaciones se unirán al coro de alabanzas de María. Como no tendrá fin el reinado del Rey que es su Hijo, así también la Madre del Rey será alabada por siempre y en todas partes.

49Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, 50y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Poder, santidad y misericordia son los rasgos más luminosos de la imagen de Dios en el Antiguo Testamento. En Dios hay una fuerza viva, que pugna por exteriorizarse, que quiere hacer propiedad suya todo lo que hay en el mundo, demostrándose así Dios como el Santo (Ez 20,41). Como Dios es el Dios santo, es también el Dios misericordioso. Es el salvador y redentor del resto santo, porque no es hombre, sino Dios. Las obras de poder de Dios son amor misericordioso.

51Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, 52derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, 53a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

María expresa lo que tiene experimentado su pueblo. «Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión,

y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, con gran terror, señales y prodigios. Y nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel» (Dt 26,6-9). La historia de la salvación conduce a María, el centro de la Iglesia (cf. Hch 1,14).

Los que se creían grandes y ricos, fueron derribados: el faraón cuando la salida de Egipto, los enemigos de Israel en la época de los jueces, los poderosos soberanos de Babilonia...

Dios interviene en favor de los humildes, de los débiles y de los pobres. En cambio, debe temblar quien quiera ser de los grandes y poderosos intelectual, política y socialmente. El que está pagado de su propio poder cierra su corazón a Dios, y Dios se cierra a los que se le cierran. El pobre, en cambio, abre su corazón a Dios, su único refugio y seguridad, y Dios se vuelve hacia él.

Las condiciones para entrar en el reino de los cielos son las bienaventuranzas de los pobres, de los que lloran y de los que tienen hambre. María cumple lo que se requiere para poder entrar en el reino de los cielos.

Jesús mismo vivirá también de esta ley de la historia salvadora proclamada por María después de haberlo concebido. Porque se humilló será ensalzado (Flp 2,5-11).

54Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia 55-como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

La gran hora de María es también la gran hora de su pueblo. Al comienzo de su cántico habló María de la salvación que Dios le había preparado, al final habla de la salvación que alborea para su pueblo. Lo que sucedió en María se realiza en la Iglesia de Dios. En María está representado el pueblo de Dios.

El siervo de Dios es el pueblo de Israel. «Pero tú Israel, eres mi siervo; yo te elegí, Jacob, progenie de Abraham, mi amigo. Yo te traeré de los confines de la tierra y te llamaré de las regiones lejanas, diciéndote: Tú eres mi siervo, yo te elegí y no te rechazaré» (Is 41,8s). Ahora va a tener cumplimiento la misericordia de Dios y la fidelidad a las promesas. María se reconoce una con el pueblo de Dios. La historia de su elección termina en la historia de su pueblo, y la historia de su pueblo llega a la perfección en su propia historia.

La promesa de la salvación se hizo a Abraham y a su descendencia (Gn 12,2). Abraham recibió la promesa, María toma posesión de la realización, el pueblo de Dios recibirá los frutos. María, con el fruto de su seno, es el corazón de la historia de la salvación.

El cántico de alabanza de la madre virgen recoge el cántico de alabanza de la estéril, a la que Dios ha otorgado descendencia. Ana, madre de Samuel, cantó: «Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación. No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios... Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor; los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan... Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria... Él guarda los pasos de sus amigos, mientras los malvados perecen en las tinieblas, porque el hombre no triunfa por su fuerza» (l S 2,1-10). El cántico de María no es imitación del cántico de Ana, pero ambos cantos están alimentados por la acción de Dios en la historia salvifica.

La formación del niño se ha mirado siempre como obra de Dios. Cuando Eva dio a luz a Caín, dijo: «He alcanzado de Yahvé un varón» (Gn 4,1). Todavía más alabada fue como obra de Dios la maternidad de las estériles. La maternidad de María aventaja a todas las demás. Es la madre virginal del Mesías, en el que son benditos todos los pueblos de la tierra. En su maternidad se ve coronada toda maternidad, y toda maternidad lleva en sí algo de esta maternidad.

Las agradecidas meditaciones de María se expresan en el lenguaje de los cánticos del Antiguo Testamento. Los cantos de su pueblo son su canto, y su canto viene a ser el canto del pueblo de Dios. La Iglesia incluye el cántico de la Virgen en la oración de vísperas, cuando mira, meditando, al día transcurrido.

[Alois Stöger, El Evangelio según san Lucas. Barcelona, Ed. Herder, 1970, pp. 54-59]

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ORACIÓN DE SAN FRANCISCO

Santa Virgen María,
no ha nacido en el mundo
ninguna semejante a ti entre las mujeres,
hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial,
madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo,
esposa del Espíritu Santo:
ruega por nosotros
ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.